lunes, 15 de octubre de 2012

Fin de la crónica

III
Septiembre de 2012. 
Hora era ya de dar cumplimiento al Dictado. Hora ya de procurar que la nave de Sofigma arribara al puerto previsto en la Operación Atenea. O a cualquier puerto, la verdad. Porque las semanas de inactividad hacían peligrar la Sociedad. La inactividad era en sí misma un peligro. Para nuestra nave aquel periodo de quietud resultaría como para las embarcaciones que quedaban encalladas en aguas poco profundas, presas fáciles de las tormentas, los piratas, o simplemente de la mar, que implacable, mina la resistencia de los cascos. 
Aún fue posible el entendimiento con la antigua Cúpula para poner fecha al Séptimo Encuentro, que debía finalizar al estado de excepción y controlar (anular, más bien) la rebelión. 
El día 5 de octubre la noche de Madrid mostraba su habitual cara. Mucha gente por la calle disfrutando de una extensión del famoso “veranillo de San Miguel”. Un diminutivo inapropiado, pues dicho verano viene siendo cada vez más extenso e intenso. La temperatura era anormalmente elevada, lo que, por otra parte, ayudaba a regalarse la vista, contemplando la muchedumbre de terrazas, jardines y demás lugares de esparcimiento. La juventud femenina, urbanita y aún más adolescente que adulta, lucía sus mejores galas, exiguas galas, para alegría del personal. 
El Pretor Máximo enfilaba la Plaza de Olavide por la calle Trafalgar, con paso displicente. Llegaba muy pronto y tratando de concentrarse en el espectáculo, y no en lo que su cabeza se empeñaba en dar vueltas y más vueltas. Inútiles cábalas, pues muy probablemente, era el único que tenía preparado un plan definido. Sin alternativas, la solución, apoyada en el propio poder fáctico que detentaba, no sería otra que la suya. 
Días antes se habían vuelto a abrir los canales de comunicación, que extrañamente, o no tanto, habían permanecido en silencio. Nadie parecía darse por enterado de lo que se jugaba en aquel Encuentro. La llegada al lugar de la reunión, mostraría hasta que punto era normal, lógico, y sintomático, ese silencio. 
No fue el primero en llegar. Allí estaban ex Presidente y ex Vicepresidente, y nadie más. Saludos. En seguida la constatación de lo esperable; no podrían asistir miembros muy destacados de la Sociedad. Razones poderosísimas, sin duda, pero la situación era descorazonadora. Completamente imposible, ante tales ausencias, llevar a cabo el plan previsto. No habían pasado cinco minutos de espera y el Pretor había abandonado ya cualquier estrategia, pretensión o incluso poder alguno. La Operación Atenea había terminado sin ni siquiera llegar a sentarse. O al menos ese era el ánimo. Ninguno. Ningún ánimo. 
Allí estaban los tres. La Cúpula. NI antigua, ni nueva. La que era y había sido siempre. Estaba seguro que Sofigma, en realidad, solo era la Cúpula. Tres “chalados” a los que, ocasionalmente, se unían otros, que, posiblemente las noches de los Encuentros, no tenían obligación o mejor plan. Finalmente la reunión tuvo lugar, pero recordó a aquella que fue torpemente calificada de Desencuentro, en un mal chiste, precisamente por la escasa presencia de socios en comparación con reuniones precedentes. Es una sensación de transitoriedad inevitable, de evento prescindible, la que se tiene cuando, miembros destacados, no pueden asistir. Si había que renovar Sofigma, no sería en esta ocasión. Y en este convencimiento, el esfuerzo de autoridad del autoproclamado Pretor quedaba en nada; era de todo punto insostenible. Probablemente este espíritu de desánimo, de frustración o de cierto fracaso, debió ser culpable del abandono de algunas formas. Casi hizo falta forzar el debate. Nos quedamos sin ponente y no llegó a poderse disfrutar de la preparación que, evidentemente algunos habían hecho con los textos; hasta hubo olvido, por parte de casi todos, del momento del Aperitivo. 
Ahora se muestran, a la luz de los acontecimientos, la clarividencia de los comentarios de algunos. 
Citamos: 
“Nuestra Sociedad, (…), se fue desfigurando, convirtiéndose en algo que a penas se asemejaba a lo que yo me había imaginado desde un principio. (…) pasar un rato (cenar) con un grupo de personas cuasi desconocidas, que se reúnen de forma un tanto artificial...., al principio, puede tener su aquel, pero en general, no me interesa. Tampoco me gusta , a menos que lo sepamos todos, ser una pieza de un juego de rol. No me interesan, las confabulaciones ni las intrigas…” 
“En cuanto a la parte intelectual del Encuentro estuvo bien, a pesar de la escasez de asistentes, aunque tendemos a repetir ideas y a marcar posiciones, cosa que puede ir quitando gracia a nuestras reuniones.” 
Quizá no sea tarde aún para reconducir la situación. 
Prescindamos de historias; veamos si podemos dar cumplimiento a las legítimas aspiraciones de los que participan en Sofigma. Aunar expectativas es una quimera, pero la idea inicial sigue siendo atrayente, eso es indiscutible. 
Es posible que se haya perdido el espíritu inicial. O el impulso de los comienzos, o la ilusión de la novedad. Puede que ni sepamos lo que sea perdido o hemos perdido. 
Ahora solo es hora ya de esperanza, porque la esperanza es… 
¿continuará?

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