sábado, 13 de octubre de 2012

Crónica de...

II
Una vez a solas, entre el gentío que vaga sin rumbo por las calles, y que parece “puesto allí” para que se tome conciencia de esa soledad, concretó para sí la táctica a seguir. Lo principal era mantener ante los rebeldes la mascarada golpista, por un lado, y por otro proponer una salida al resto de los socios, de unas tendencias y de otras, que permitiera continuar con el funcionamiento de la Sociedad.
Lo primero era provocar un cierto estado de alarma, manipulando alguno de los medios de comunicación entre los socios. Posiblemente comenzaría un cruce de mensajes y correos entre unos y otros, pidiendo explicaciones o dando noticia de la sorpresa. Él mismo se añadiría a las conversaciones, como uno más de los sorprendidos. Habría que encontrar el momento adecuado para descubrir la toma del poder.
Porque esta era la cuestión. Tomar el poder. La única manera de mantener Sofigma sin que las pretensiones de los rebeldes dieran al traste con las actividades de la Sociedad, era tomar el control total, lo cual solo sería una grado más del poder efectivo que ya ejercía la Secretaría, desde los inicios.
Una vez constituido como autoridad única se convocaría el próximo Encuentro, conservando algunas de las peticiones rebeldes, especialmente en lo referente a la organización de los debates y su preparación (textos, ponente, etc.), y anunciando la elección de una nueva Cúpula Dirigente, que serviría para que nada cambiase. Llegado el Encuentro, la Autoridad (la ex Secretaría) pondría su cargo a disposición de los socios.
Para llevar acabo el “golpe, habría que ganarse el acuerdo de un número suficiente y representativo de la Sociedad que legitimara la acción. Se enviarían correos secretos, anunciando el “golpe” y solicitando la adhesión, por supuesto, a los dos rebeldes (Vicepresidencia y colega), pero más importante era lograr la connivencia de otro socio (digamos neutral o afecto a la Secretaría), y, finalmente, adherir a la Presidencia para la causa, mientras se producía el desconcierto inicial. Se debería poder lograr que, mientras para los rebeldes se llevaba a cabo las acciones que ellos deseaban, en la sombra, Secretaría y Presidencia controlaban la deseable reforma. La actitud de la Presidencia sería, en fin, la clave. Con su beneplácito, la rebelión quedaría controlada y se podría garantizar la continuidad en un proceso ordenado de reforma. Pero, en caso contrario, era difícil prever en que podría terminar todo.
Un ataque pirata a la Web de Sofigma podría servir para el momento inicial de desconcierto. Cuando se consiguieran las adhesiones requeridas o posibles, se pasaría a bloquear cualesquiera otros medios de comunicación dentro de la Sociedad y se daría publicidad a un manifiesto o una proclama, que pusiera en público conocimiento el estado de excepción. Hasta el próximo Encuentro, que se celebraría según el orden establecido por la nueva autoridad, se suspendería cualquier otra actividad y los cargos de la Cúpula Dirigente.
El primer fin de semana de junio asistió una vez más a cruces de correos que dieron la ocasión para calificar la situación de caótica e iniciar la operación. El seis de junio a las 23:00 comenzaron los movimientos para lo que sería la justificación de la Operación Atenea: el pirateo de la página Web. En la madrugada del día siguiente se puso en marcha la “maniobra de diversión”, a la espera de que se produjera el efecto deseado en los socios. La Secretaría se mostró inicialmente sorprendida por lo sucedido, para ganar tiempo, e inició la petición de adhesiones para la Operación Atenea (el golpe).


Como no podía ser de otro modo se produjeron las adhesiones esperadas, pero la Presidencia no siguió el guión, y probablemente confusa por los acontecimientos, creyó que el correo recibido desde la Secretaría era de público conocimiento (una petición general de adhesión al golpe) y escribió a todos los socios como respuesta, posicionándose en contra de lo que consideraba un acción ilegal.
Nadie había tenido noticia de ninguna acción como la que señalaba el Presidente. Con su misiva había descubierto el golpe sin que éste hubiera tenido lugar aún, de hecho. Quizá se había cometido el error de no pactar el movimiento, previamente y en secreto, con la Presidencia. Quizá se creyó que la Presidencia asentiría a cualquier maniobra de la Secretaría. Evidentemente se erró en este punto y ya no había fácil salida.
¿Qué debía hacerse? ¿Dar marcha atrás, sin saber muy bien cómo y a dónde? ¿Acusar al Presidente de locura y convencer al resto de que debía ser destituido? ¿Una huída hacia delante que pusiera fin antes de empezar a los planes de control y llevara, quizá, al caos? ¿O seguir con el golpe (iniciarlo según lo previsto más bien) con la Presidencia enfrente?
Se había perdido la oportunidad de controlar la rebelión, de controlarla de la mano de la Presidencia. Ahora, o se claudicaba a favor de los rebeldes, (a pesar de haber iniciado todo precisamente para lo contrario), o se acataba la autoridad presidencial y probablemente se asistiese al principio del final de Sofigma.
Tras tanto esfuerzo derrochado en un año, merecía la pena intentar salvar lo construido. Si se fracasaba, al menos internamente, en conciencia, se habría hecho lo que el deber exigía. Asumir la responsabilidad de intentar poner orden en la Sociedad, a pesar de poder ser acusado de traidor, dictador, golpista, o “vaya usted a saber qué”. En su fuero interno el Secretario, en muy poco tiempo Pretor Máximo, pensaba que Sofigma no podía existir sin él. Que Sofisma existía gracias a él. Este es el error habitual de los que detentan algún poder: creer que son imprescindibles. El tiempo pone en su lugar a todos.
A las 16:28 del 7 de junio, la Secretaría pone fin a la mascarada, y autoproclamándose única autoridad, dio publicidad al Dictado (el manifiesto de la Operación Atenea). A partir de ahí el silencio. Dos meses de terrible y desesperante silencio.
(continuará)  
©Óscar Fernández

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