II
Una vez a solas, entre el gentío que vaga sin
rumbo por las calles, y que parece “puesto allí” para que se tome conciencia de
esa soledad, concretó para sí la táctica a seguir. Lo principal era mantener
ante los rebeldes la mascarada golpista, por un lado, y por otro proponer una
salida al resto de los socios, de unas tendencias y de otras, que permitiera
continuar con el funcionamiento de la Sociedad.
Lo primero era provocar un cierto estado de
alarma, manipulando alguno de los medios de comunicación entre los socios.
Posiblemente comenzaría un cruce de mensajes y correos entre unos y otros,
pidiendo explicaciones o dando noticia de la sorpresa. Él mismo se añadiría a
las conversaciones, como uno más de los sorprendidos. Habría que encontrar el
momento adecuado para descubrir la toma del poder.
Porque esta era la cuestión. Tomar el poder. La
única manera de mantener Sofigma sin que las pretensiones de los rebeldes
dieran al traste con las actividades de la Sociedad , era tomar el control total, lo cual
solo sería una grado más del poder efectivo que ya ejercía la Secretaría , desde los
inicios.
Una vez constituido como autoridad única se
convocaría el próximo Encuentro, conservando algunas de las peticiones
rebeldes, especialmente en lo referente a la organización de los debates y su
preparación (textos, ponente, etc.), y anunciando la elección de una nueva
Cúpula Dirigente, que serviría para que nada cambiase. Llegado el Encuentro, la Autoridad (la ex
Secretaría) pondría su cargo a disposición de los socios.
Para llevar acabo el “golpe, habría que
ganarse el acuerdo de un número suficiente y representativo de la Sociedad que legitimara
la acción. Se enviarían correos secretos, anunciando el “golpe” y solicitando
la adhesión, por supuesto, a los dos rebeldes (Vicepresidencia y colega), pero
más importante era lograr la connivencia de otro socio (digamos neutral o
afecto a la Secretaría ),
y, finalmente, adherir a la
Presidencia para la causa, mientras se producía el
desconcierto inicial. Se debería poder lograr que, mientras para los rebeldes
se llevaba a cabo las acciones que ellos deseaban, en la sombra, Secretaría y
Presidencia controlaban la deseable reforma. La actitud de la Presidencia sería, en
fin, la clave. Con su beneplácito, la rebelión quedaría controlada y se podría
garantizar la continuidad en un proceso ordenado de reforma. Pero, en caso
contrario, era difícil prever en que podría terminar todo.
Un ataque pirata a la Web de Sofigma podría servir
para el momento inicial de desconcierto. Cuando se consiguieran las adhesiones
requeridas o posibles, se pasaría a bloquear cualesquiera otros medios de
comunicación dentro de la
Sociedad y se daría publicidad a un manifiesto o una proclama,
que pusiera en público conocimiento el estado de excepción. Hasta el próximo
Encuentro, que se celebraría según el orden establecido por la nueva autoridad,
se suspendería cualquier otra actividad y los cargos de la Cúpula Dirigente.
El primer fin de semana de junio asistió una
vez más a cruces de correos que dieron la ocasión para calificar la situación
de caótica e iniciar la operación. El seis de junio a las 23:00 comenzaron los
movimientos para lo que sería la justificación de la Operación Atenea :
el pirateo de la página Web. En la madrugada del día siguiente se puso en
marcha la “maniobra de diversión”, a la espera de que se produjera el efecto
deseado en los socios. La
Secretaría se mostró inicialmente sorprendida por lo
sucedido, para ganar tiempo, e inició la petición de adhesiones para la Operación Atenea
(el golpe).
Como no podía ser de otro modo se produjeron
las adhesiones esperadas, pero la Presidencia no siguió el guión, y probablemente
confusa por los acontecimientos, creyó que el correo recibido desde la Secretaría era de
público conocimiento (una petición general de adhesión al golpe) y escribió a
todos los socios como respuesta, posicionándose en contra de lo que consideraba
un acción ilegal.
Nadie había tenido noticia de ninguna acción como
la que señalaba el Presidente. Con su misiva había descubierto el golpe sin que
éste hubiera tenido lugar aún, de hecho. Quizá se había cometido el error de no
pactar el movimiento, previamente y en secreto, con la Presidencia. Quizá
se creyó que la
Presidencia asentiría a cualquier maniobra de la Secretaría. Evidentemente
se erró en este punto y ya no había fácil salida.
¿Qué debía hacerse? ¿Dar marcha atrás, sin
saber muy bien cómo y a dónde? ¿Acusar al Presidente de locura y convencer al
resto de que debía ser destituido? ¿Una huída hacia delante que pusiera fin
antes de empezar a los planes de control y llevara, quizá, al caos? ¿O seguir
con el golpe (iniciarlo según lo previsto más bien) con la Presidencia enfrente?
Se había perdido la oportunidad de controlar
la rebelión, de controlarla de la mano de la Presidencia. Ahora ,
o se claudicaba a favor de los rebeldes, (a pesar de haber iniciado todo
precisamente para lo contrario), o se acataba la autoridad presidencial y probablemente
se asistiese al principio del final de Sofigma.
Tras tanto esfuerzo derrochado en un año,
merecía la pena intentar salvar lo construido. Si se fracasaba, al menos
internamente, en conciencia, se habría hecho lo que el deber exigía. Asumir la
responsabilidad de intentar poner orden en la Sociedad , a pesar de
poder ser acusado de traidor, dictador, golpista, o “vaya usted a saber qué”. En
su fuero interno el Secretario, en muy poco tiempo Pretor Máximo, pensaba que Sofigma
no podía existir sin él. Que Sofisma existía gracias a él. Este es el error
habitual de los que detentan algún poder: creer que son imprescindibles. El
tiempo pone en su lugar a todos.
A las 16:28 del 7 de junio, la Secretaría pone fin a
la mascarada, y autoproclamándose única autoridad, dio publicidad al Dictado (el manifiesto de la Operación Atenea ).
A partir de ahí el silencio. Dos meses de terrible y desesperante silencio.
(continuará)
©Óscar Fernández
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