En un principio teníamos intención de mantener el plan inicial. Este aperitivo iba a ser un regreso al modelo original, un recorrido de inspiración gastronómica, por contenidos filosóficos, que abriera el debate sobre el tema a tratar. Pero parece que no nos dejan escapar de la excepcionalidad, y tras dos encuentros y sus respectivos aperitivos, perfumados del dolor y la consideración del único tema que pone al ser humano en su lugar, la muerte, de nuevo hoy estamos obligados por la realidad. Esta realidad excepcional, que nos ha traído el virus, convierte el cuadragésimo aperitivo en un capítulo más, el tercero, de la excepcionalidad. Excepcionalidad, también en el propio Encuentro, que para desarrollarse necesita de medios técnicos que pongan remedio a la distancia. Un Encuentro con participantes distanciados, pero solo accidentalmente, sólo en el lugar. En todo caso un Encuentro real, que se da de hecho, nada virtual. De la misma forma que no calificamos de virtual una conversación telefónica, o una relación por carta, de las que ya no se practican, nuestro Encuentro tampoco es virtual. Perteneciendo al mundo de los hechos, en acuerdo con el actual realismo, es un Encuentro real.
Queremos por tanto hacer de este aperitivo, pilar esencial de la reunión, un paréntesis de normalidad y por ello, nos atenemos a su sentido original, el que ha querido mantener a lo largo de cuarenta ocasiones. Ésta, por muy excepcional que se nos aparezca, realmente será una más. Vamos a por ello.
Queremos por tanto hacer de este aperitivo, pilar esencial de la reunión, un paréntesis de normalidad y por ello, nos atenemos a su sentido original, el que ha querido mantener a lo largo de cuarenta ocasiones. Ésta, por muy excepcional que se nos aparezca, realmente será una más. Vamos a por ello.
Adornan nuestra
mesa cuatro manjares, dispuestos como un menú de tapas. Ya decíamos, en la
primera ocasión, hace ya casi nueve años, que la tapa despierta nuestro apetito
y tiene la virtud de sintetizar, en un bocado, el esforzado arte y saber del
maestro cocinero.
A nosotros las
patatas gratinadas, bañadas en salsa de queso, versión casera y castiza de las “bacon and cheese fries”, nos evocan el
pensamiento reposado y algo crujiente de los enciclopedistas. Pura Ilustración.
Estas patatas no se fríen, en nuestro caso se confitan despacio, para luego
dorarlas con un golpe final de aceite muy caliente. La salsa, algo afrancesada,
combina con el “bacon”, claramente
inglés, síntesis del origen revolucionario y colonial, a la vez, del espíritu
americano. Patatas bien ilustradas.
El homenaje
peninsular, casi diríamos noventayochista, está en los pimientos rellenos. Inspirados
en la calle Laurel de Logroño, con toques castellanos, burgaleses, que aporta la
morcilla de arroz. Los pimientos rellenos tienen sabor de añoranza, añoranza
unamuniana y reivindicación machadiana.
La añoranza, en
Galicia, es “morriña”. Unas vieras gratinadas sirven para evocar recuerdos de
juventud, de primeros aperitivos universitarios en la calle del Franco. En
Santiago comimos las canónicas, cubiertas con una suave película de pan
rallado, y nos conquistaron. Las vieiras exigen en su elaboración, y
acompañamiento, el Albariño de las Rías Bajas, y después, en la alameda de
Santiago, sentarse en el banco junto a Valle-Inclán, para concederle que quizá
algo de verdad hay en la filosofía hindú, y compartir su idea de la “cocreación
divina”, el papel que tiene el hombre de transformar el mundo.
Por fin
llegamos al plato fuerte. El sin par secreto de cerdo con cebolla caramelizada
y reducción de Pedro Ximénez. La quinta esencia del trabajo amoroso de las
cocinas. La cebolla ha estado regalando sus esencias y azúcares más de tres
horas, hasta darlo todo. Luego llegó el Pedro Ximénez, para en el mismo tono, largo
y tranquilo, aportar su dulzor, su sol andalusí, personalidad y alma flamenca. ¡Qué buena combinación!
¡Qué recomendable el mestizaje! Nosotros queremos ver en este plato a María
Zambrano, hija de Málaga, y además de Ortega. Estas tapas caseras son como el
buen pensamiento, mestizas, de frontera, sabias en recoger lo mejor de cada
casa.
La
excepcionalidad de estos tiempos extraños, el temor a que el “distanciamiento
social” se torne costumbre y que el poder convierta en rutina lo inaceptable,
tuerce nuestra visión de la realidad.
Seamos claros. Por
ejemplo, no entendemos por qué tras una espera de días, no pocos, se impide a
algunos la visión de un familiar fallecido, instantes antes de ser inhumado o
incinerado. ¿De verdad existe una razón sanitaria que lo exija? No lo creemos.
Podemos aceptar que se recomiende, a un hijo o un nieto, la visión de su
familiar fallecido hace tantos días, pero en la insistencia, en la duda
razonable de que haya habido un error, ¿de verdad hay que prohibir la apertura
del féretro? Me temo que este ejemplo extremo es clara muestra de que, quien
detenta el poder y legisla sin considerar la particularidad, en realidad,
oculta su oscuro deseo de control, de totalitarismo al fin y al cabo.
Tememos que
nada de esto, nada de estos días, servirá para nada. Que se nos olvidará pronto
tanta aberración. Seamos razonables, como dice nuestro Presidente y que nuestra
opinión, la de nuestros dirigentes sobre todo, “admita la limitación del punto de vista propio y sea capaz de llegar a
acuerdos con las de los demás”[1]. Para nosotros lo
razonable es que la realidad, por mucho que nos apriete, se llene de sentido, del
sentido común de la esperanza.
©Óscar Fernández
[1] Jesús A. Marcos Carcedo. “Decameron 2020: Los cuentos del whatsapp”. El Adelantado. Segovia. 10 de abril de 2020.