sábado, 26 de enero de 2019

CONOCIMIENTO CON SENTIDO DEL MARMITAKO

Hace tiempo un amigo me dijo, extrañado por cómo mi estado de ánimo en un viaje de vacaciones dependía del disfrute del almuerzo, incomodado incluso por cómo todo optimismo o pesimismo nacía o se conformaba en mi con el placer o no de una buena comida o cena, que para él comer era solo alimentarse y, porque no había otro remedio vital que si no, prescindiría de ello. Nada extraño se pensará. La naturaleza ha otorgado placer sensible a la satisfacción de la necesidad fisiológica o añadido el instinto, para facilitar u obligar al cumplimiento. Pero si por el motivo que fuese se pierde el instinto o no se encuentra el placer de la actividad impuesta, ésta terminará por extinguirse, lo que tarde o temprano, si no se pone remedio, extinguirá al individuo, al grupo o a la especie. Mi amigo se dejaría morir por no ver o saber encontrar el sentido hedonista de una buena comanda, y no lo hace porque acepta el sentido práctico en orden a la supervivencia. Yo en cambio moriría, o mal viviría, que es lo mismo, hastiado, si comer solo tuviera tal sentido.

Sorpréndanse conmigo, ¡oh, ínclitos aventureros sofigmáticos! Hace algún tiempo descubrí en la carta de esta casa el marmitako 2.0. Hoy no está, quizá por ser en verano la campaña del bonito, pero quedé impactado ante la posibilidad de una interacción con las cocinas, ¿qué otra cosa podía significar 2.0?, no será interacción con el guiso mismo, digo yo. ¿Será posible un diálogo con el chef, por ejemplo, para elegir el momento justo para añadir el bonito y la temperatura de cocción en ese momento justo? Porque sepan todos que ese es el único misterio de un buen marmitako. El conocimiento de estos extremos, y a más a más la maravilla que supondría la versión 2.0 de la restauración contemporánea, es lo que nos distingue, especialmente a nosotros, participantes de la aventura sofigmática, del engullimiento sin sentido ni conciencia. ¿No es por todo esto que nos alimentamos como racionales, tenemos cultura y progresamos?

Es decir, el sentido del disfrute gastronómico está más allá de la regla natural de la actividad nutritiva, la trasciende, y tal sentido es otorgado, en general, por el que lo disfruta, no está dado en las leyes de la naturaleza, es libertad. Es, una vez más en clarividente sentido kantiano, una demostración de que el uso práctico de la razón otorga contenido a lo que, de suyo, en el orden teórico carece. El mundo de la determinación natural es ciego, causalmente torpe, pues no ve más allá de su inmanente regla. Ni el animal, ni el ignorante pueden acceder al sentido de su actividad, porque ésta no incluye en sí su sentido, no es inmanente, y es la razón quien lo halla fuera de la actividad misma y se lo añade, libremente.

Otra cosa es pretender ciencia estricta con el asunto del sentido. Porque lo que no está sujeto a la determinación de la naturaleza, no es objeto del uso teórico de la razón. Si nos empeñamos en tal corremos el riesgo de producir monstruos, absurdos racionales, como ya hemos expuesto en otras ocasiones. A quién no le guste el bonito que no coma marmitako, y no servirá ciencia alguna para hacerle comprender que pocos guisos más apropiados cuando se está capeando temporales en el Cantábrico, bregando sin cuartel por llevar las bodegas llenas de capturas a puerto. Esto no es cosa de ciencia, es cosa de arte, de sentido común, aristotélica sapiencia. Ya aprenderá el neófito, el cientifista dogmático, ante la evidencia, el buen sentido de comer marmitako.

En demasiadas ocasiones se confunde conocer con resolver biunÍvocamente. Es curioso como parece que la razón está tentada en resolverlo todo en un valor. Como mucho acepta la existencia de dos opciones antagónicas, de tal manera que, según el punto de vista, puedan formularse todos los problemas como simples cuestiones de sí o no. Ésta es la ilusión de los lógicos, poder reducir cualquier problema a un valor binario. O en su caso a la petición del postulado binario del que se parte. Nos parece que de la ilusión a la alucinación sólo hay un paso, como bien describen los psicólogos. Del error interpretativo de la información sensorial a la percepción sin estímulo sólo media un paso, pero es el paso justamente que distingue al cuerdo ilusionado del enfermo alucinado. El reduccionismo lógico es una forma refinada de enajenación racional. Como un enfermo esquizoide el lógico alucina con un mundo de soluciones binarias.

Si tomamos por ejemplo la cuestión que estamos tratando se apreciará claramente lo que decimos. Nadie, en su sano juicio, diría que solo tiene sentido comerse un marmitako en la campaña del bonito y embarcado, por cierto, curiosamente en verano. Puede argumentarse que todas las teorías sobre el sentido de cualquier cosa se reducen a dos, las que se muestran a favor y las que lo niegan. Si se prescinde del correlato óntico, desde su aspecto meramente formal, podrían concluir que, para cualquier objeto, tener o no sentido, depende de la postura teórica que se adopte. Así el conocimiento es irrelevante, solo hay que tomar postura. Para nosotros esto es racional y visceralmente inaceptable. Es justamente lo contrario lo que hemos querido explicar más arriba. Fuera del barco también encontramos al marmitako sentido placentero o nutritivo. Nosotros que lo comemos le damos sentido, si se prefiere, valor.

Y para saber apreciar hay que saber. Pero también, a veces, para disfrutar hay que olvidar. En unas ocasiones el desconocimiento ayuda a lograr el sentido, en este caso fin, porque si supiéramos a priori la consecuencia no persistiríamos en la actividad. Es lo que me ocurre con la difícil digestión de un buen plato de callos a la madrileña. En otras desconocer los detalles, los esfuerzos que se han necesitado, etc. impiden o dificultan mejor disfrutar de lo que degustamos. Hasta que no descubrimos el efecto del fuego en la mayor parte de los alimentos comer era un trabajo agotador. El homo erectus, o ergaster en Asia, pudo disfrutar no sólo del mejor aprovechamiento de las proteínas si no del estupendo sabor de la carne asada. Un tío listo el ergaster.

Por tanto, sírvale a cada uno lo que prefiera. Disfruten los inconscientes de la cena, sin sentido, si la compañía o la tertulia no les satisface y quédense solo con eso, ¡qué pena!, o mejor, ¡seamos conscientes! Estoy seguro de que estos casi ocho años de nuestra sociedad nos habrán cambiado la actitud, nos habrán hecho conscientes, y enseñado a apreciar que nuestras cenas siempre tienen sentido.
©Óscar Fernández