domingo, 24 de diciembre de 2017

domingo, 12 de noviembre de 2017

Publicación de la 2ª edición de los Aperitivos

El XXXIV Encuentro fue la ocasión ideal para presentar la segunda edición del libro que recoge los Aperitivos.
Una cuidada edición con 12 nuevos Aperitivos, hasta el número 34, que hará las delicias de los paladares filosóficos más exigentes.
Esta vez la edición está disponible en la tiende de libros de Amazon, tanto la versión de tapa blanda como la versión "ebook kindle".

Pulsa sobre la imagen para acceder a la tienda de Amazon:

Aperitivos pensados: De tapas con la Filosofía

sábado, 11 de noviembre de 2017

EL BANQUETE DEL REY

No sabemos si por nonagésima o por enésima vez, pero no nos cansaremos de proclamar que sin filosofía no hay nada. Puede usted filosofar al modo académico, o no; puede reconocer que lo hace, o no; puede apoyarse en mentes preclaras que antes que nosotros se empeñaron en tan ardua tarea, o filosofar desde su ingenuidad primera; puede ser como usted quiera, pero no cabe ser racional, que si lo es, filósofo no sea. Y hasta tal punto el filosofar está imbricado con la propia existencia, que prácticamente nada escapa al designio de la sabiduría primera.

Cuentan que, un afamado artista culinario, fue llamado a servir en el banquete de coronación del Rey. Muy satisfecho el alto mandatario con el soberbio menú servido, tan sorprendido quedó con las sensaciones que cada plato le proporcionó, que quiso conocer la inspiración que guiaba el espléndido y delicadísimo arte del maestro de las cocinas.

Algo abrumado por el requerimiento, el cocinero fue enumerando las reglas máximas del buen hacer en los fogones. Buena materia prima tratada con respeto, coherencia y equilibrio en la combinación de ingredientes y condimentos, atención en el trabajo y paciencia en las cocciones... Pero, sus explicaciones, no terminaban de satisfacer las demandas del Rey, pues parecían normas tópicas de cualquier recetario de cocina al uso. Muy enojado el Rey decidió encarcelar al cocinero por rebeldía y le aseguró que no saldría si no revelaba su secreto.

Todas las noches, cuando le llevaban la triste sopa y el mendrugo de pan como todo alimento del día, le preguntaba el carcelero por su secreto. Pero el atormentado cocinero jamás contestaba, pues no sabía qué decir al Rey. En su desesperación, una noche, el cocinero se atrevió a pedir audiencia e intentar poner fin a su cautiverio. Al día siguiente, el Rey, concedió la audiencia alegre porque, al fin, se había decidido el cocinero a revelar su secreto. Cabizbajo caminaba el preso hacia el salón del trono cavilando una ocurrencia que le salvara. Al llegar ante su Majestad tuvo finalmente una feliz idea. Propuso escribir su secreto en un papel que se guardaría en lugar seguro y a salvo. Y anunció que, si había algún sabio en el mundo que supiera cuál era su secreto, él volvería a la cárcel para siempre, pero que mientras nadie hallara su secreto, él podría vivir felizmente trabajando como Jefe de cocinas de Palacio. El Rey, malhumorado por el atrevimiento del cocinero, corrigió la prisión perpetua por la condena a muerte y ofreció como recompensa, al que acertara con el secreto, el cargo de Primer Consejero del Reino. Se nombró al más justo de los jueces depositario del secreto y encargado de la comprobación cada vez que alguien propusiera una respuesta.

Muchos sabios lo intentaron; muchos consultaron libros de los más grandes cocineros de la Historia; pero nadie acertó con el secreto. Pasaron los años, pasaron las décadas, se olvidaron con el tiempo recompensas y pendencias. Se olvidó el pueblo, se olvidó el Rey y se olvidó el secreto. Hubo otros reyes, otros banquetes y otros grandes cocineros, pero nunca volvió a disfrutarse de un banquete como aquél.

El secreto de la buena cocina, de la cocina perfecta, jamás se ha descubierto. La gran mayoría de los cocineros están obligados a seguir las recetas de otros, muchos intentan crear las suyas propias, pero muy pocos son capaces de crear verdaderamente. Nadie ha dado con la fórmula que resuelve definitivamente el misterio del arte y oficio de la restauración. La gastronomía no es, y quién sabe si será alguna vez, una ciencia acabada.

La vida es como el banquete del Rey: un banquete repetido en muchas ocasiones y que alterna entre grandes satisfacciones y no menos grandes decepciones. El anhelo de felicidad o el cumplimiento de las expectativas parecen remitir a un banquete ideal que, si alguna vez se disfrutó, ha quedado por algún motivo perdido. La existencia es un misterio que nos empuja a enfrentarnos con las mismas preguntas, una y otra vez, sin que aparentemente la Razón halle el camino de las respuestas definitivas. Muchos, a lo largo de la Historia, han intentado desvelar el secreto, y la gran mayoría nos vemos obligados a repetir lo que otros dijeron. Muy pocos han ofrecido respuestas satisfactorias y, en todo caso, nadie está seguro de que sirvan para desvelar el sentido de este viaje. 

Todo ser humano debe enfrentarse alguna vez con su propio misterio. Verse frente al otro, desasistido de recetas salvadoras. Enfrentado con torpes medios, su Razón, a dar sentido a una vida que por finita, pide a gritos eternidad. Nadie puede resolver por nosotros tales tareas. Cabe huir o dejar que otros cocinen por nosotros, cabe ser responsable de nuestras propias recetas o caer en la desesperación.

Hay que participar en el banquete, comprometerse. Sin platos y comensales que los prueben, no hay banquete. Los acontecimientos son los platos de nuestro banquete vital. Con cada plato, con cada acontecimiento, se nos llama a pensar el sentido de nuestro banquete. Un compromiso que parece estar más allá de los límites de la Razón; pero no tenemos mejor arma que ella. El mayor temor del hombre no es que el banquete finalice, que no volvamos a vernos en otro, sino que no haya tenido sentido, que todo haya sido vano. La desesperación se instala, entonces, en una Humanidad que primero olvida su tarea de desentrañar el secreto, el misterio, y luego niega que nunca hubiera existido.

El ser racional ama para dar sentido, actúa para saber y espera confiado la solución al misterio. Estamos aquí para anunciar que nosotros no olvidamos, que por tantas veces que nos estrellemos en las mismas preguntas y topemos con los límites de la Razón, en ella esta nuestra esperanza. Nos negamos a ser cómplices del olvido porque estamos comprometidos con nosotros mismos y los que comparten con nosotros tan espléndido banquete.

©Óscar Fernández

domingo, 4 de junio de 2017

"La ignorancia vencida"

El tres de junio, en el sexto aniversario de SOFIGMA y el 33º Encuentro Filosófico-Gastronómico presentamos la obra conmemorativa encargada a Miguel Fernández, "La ignorancia vencida". Visión alegórica de Atenea vencedora sobre la ignorancia. Pastel sobre lienzo. Agradecemos a Miguel Fernández su trabajo interpretando la figura central del escudo de nuestra sociedad, obra de Esteban Navarro Galán.

sábado, 3 de junio de 2017

DESVELAMIENTO MÚLTIPLE DE LO UNO Y LO ÚNICO

Que la verdad sólo tiene un camino es una de las mayores falsedades que ha arraigado en la paremiología popular. Argumento que muchas creídas sesudas inteligencias esgrimen cuando ya no queda más remedio que el dogmatismo extemporáneo. No es necesario aclarar que cuando se trata de cuestiones no problemáticas, de tipo tautológico, por mucho trabajo deductivo que exijan, los más expertos no necesitan de la equivocadísima sentencia. No he escuchado jamás apoyar el teorema de Pitágoras argumentando que la verdad sólo tiene un camino, porque incluso en el caso de matemáticos, geómetras y analíticos sin remisión, a la verdad de una proposición, éstos pueden llegar, y de hecho llegan, por muchos caminos.

Ni lo más elemental, mucho menos lo simple, tiene un único camino. Si fuese lo contrario todos los huevos fritos serían canónicos, con puntilla claro está, o todas las tortillas españolas, por supuesto con cebolla, serían iguales. Porque efectivamente sólo puede predicarse la verdad en sentido único del Ser, el que es igual a sí mismo; de todos los demás seres se predican, en todo caso, verdades muchas.

Si decimos que un ente es verdadero, lo decimos por analogía, porque ni la tortilla excepcional de mi madre y mis abuelas, mil veces repetida, tenía un único camino. Incluso en el sentido categórico y trascendental, medieval incluso, de la verdad del ser, ésta exige un desvelamiento, un descubrirse que no es único. El Ser puede ser uno, o incluso único, pero sus desvelamientos son muchos.

Es muy común confundir la unicidad con la unidad. Todos los individuos son uno, cada uno de ellos, pero en principio no son únicos. La unicidad es la cualidad de lo único. Los individuos entes no son únicos en su especie o género. Si afirmáramos que un individuo es uno y solo uno, entonces sí sería único y agotaría su especie o género. Por otra parte en lo existencial los individuos pueden considerarse únicos e irrepetibles. Para la tortilla, en tanto que única en su género o especie, o en tanto que una, individualmente una, puede decirse lo mismo. La verdad de la tortilla pudiera ser única, coincidente con lo que todos pensamos de esa tortilla que ahora se nos presenta en la memoria, la imaginación, o mejor aún en la percepción; pero nunca será una. No hay una verdad de la tortilla, aunque pudiéramos suponer una tortilla única. Y es que la verdad de la tortilla, o de lo que sea, puede mostrarse de muchos modos. Si pudiéramos encontrar la tortilla única, irrepetible, al fin y al cabo la que todos los buenos gastrónomos buscamos aunque sea sin saberlo, ésta sería verdadera por el hecho de ser, única y una, pero también por ser canónica, conforme a norma o ley, o por cumplir con su fin, pragmáticamente considerada. No hay manera de poder aplicar a la verdad los axiomas de Peano, tal como se hace con el conjunto de los números naturales que es “impepináblemente” único. No sabemos si sería posible someter a crítica la verdad de la tortilla, de modo semejante a como se obtiene el teorema de unicidad del potencial aplicando el problema de Dirichlet, y así mostrar de modo indubitable que la verdad de la tortilla es única o posee tal unicidad.

Podemos tomar la idea contraria y decir que la verdad es única, en su especie, pero no una, y entonces habría que decir que la única verdad en tal especie está formada por muchas verdades individuales. Esto haría irremediablemente imposible la tortilla, porque para abarcar su única verdad sería necesario pasar por todas las tortillas individuales que cumplieran con la definición. Ahora la verdad de la tortilla se parece al conjunto de los números naturales, conjunto único de infinitos elementos. Aclaremos finalmente la cuestión. Si nos quedamos dentro de los géneros o especies de verdad, ésta, la tortilla, sería única en su especie y múltiple en su número; infinitas tortillas y todas verdaderas. Verdaderas las que son porque son, o verdaderas porque son coherentes con su canon, o verdaderas porque son fin para el que se hicieron, por ejemplo. Otro tanto sucede más allá del género o especie, es decir múltiples los géneros o especies de la verdadera tortilla.

Si hasta aquí hemos visto que es difícil establecer que la verdad pueda ser a la vez una y única, resulta que la tradición filosófica occidental ha desvelado posible concebir en la razón el Ser uno y único. No nos parece que la tortilla pueda alzarse con esta necesidad, pero ¿y su verdad? Es evidente que si es concebible el Ser uno y único, éste ha de ser verdadero, la verdad misma nos atreveríamos a decir. ¿La verdad de este modo considerado, es decir de modo absoluto, se puede decir de la tortilla? Sostenemos que sí, solo y solo si pudiera concebirse la tortilla una y única.

Aún así, y aquí es donde radica nuestra tesis, la verdad ha de mostrarse, desvelarse ante el sujeto, o en el sujeto, o por el sujeto, o como ustedes quieran, y llegados a este punto es irrefutable que a múltiples y numerables sujetos, múltiples y numerables formas de desvelarse la verdad. Infinitos nos atrevemos a decir.

Y así alegres nos regocijamos en la certeza de que tantas veces como probemos tortilla y con tanta buena compañía que, a su vez prueba otras tantas tortillas, todas ellas verdaderas, todas únicas, todas las veces alcanzaremos la verdad. Porque los caminos de la verdad son infinitos, a veces incluso confusos y discordantes, unas veces diáfanos, otras escarpados, pero finalmente esperamos, ciertos, seguros. Esto es así con la tortilla y con todo.

Se nos ha representado alegóricamente la verdad desnuda. Pues bien está entonces reivindicar la verdad en la cocina y las mesas. Reivindicamos la cocina desnuda, sin ropajes que oculten su belleza, sin aparatos circenses y florituras que nos distraigan de lo esencial. ¡No embadurnen la tortilla con salsas, por Dios!

Mira que tenemos por muy sabios y acertados la gran mayoría de los conocimientos que a nuestro alcance ponen el refranero y la cultura popular, consecución de siglos de experiencia, arte y ciencia con mayúsculas. Pero en este caso el tópico es sólo eso, lugar común y prejuicio. La verdad tiene muchos caminos, muchos modos de desvelarse. Creemos firmemente, es decir sabemos con seguridad, que hay muchas maneras de alcanzar la perfección en la elaboración de la tortilla, infinitos comensales con sus infinitas maneras de saber disfrutarla, y en todas ellas se libera ese velo de ignorancia o estulticia que la oculta, para aparecer, majestuosamente poderosa, desnuda toda ella, tortilla verdadera. 
©Óscar Fernández

martes, 4 de abril de 2017

Últimas publicaciones

Se ponen a la venta en Amazon los libros (eBook, versión Kindle, y en tapa blanda)
"Los viajes de Isma"
"El sueño de Javi"
Un proyecto que vio la luz en una edición de pequeña tirada como regalo al personaje principal de la novela en 2016, y ha continuado en 2017.
Es una novela juvenil corta de aventuras.
Una trilogía de la que está muy próxima la tercera entrega.

sábado, 11 de marzo de 2017

UN HALLAZGO “TRASCENDENTAL”

Nos alegra tener la oportunidad, ante esta insigne Sociedad, de ofrecer en primicia mundial un hallazgo, que como es muy común en estos casos, no por más casual es menos importante. Marcará un hito, sin lugar a dudas, en la Historia del Pensamiento Occidental. Hace poco más de un año llegó a nuestras manos un ejemplar de la “Crítica del Juicio”, de Kant, una edición de K. Rosenkranz y F. W. Schubert, publicada en Leipzig en 1838. Entre sus páginas se hallaron, en buen estado de conservación, dos cartas que tengo intención de compartir con ustedes.

La primera:

“Danzig, 15 de septiembre de 1803.
Mi muy apreciado maestro:
    Me he tomado la libertad de dirigirme a usted, Herr Kant, al verme en un dilema harto complicado a propósito de la lectura de algunos artículos sobre la función de la moral, su fundamentación y la relación con la disciplina que, desde hace ya algún tiempo, nos proponemos establecer y fundamentar. ¿No estaremos tratando de remar contra los vientos del progreso? ¿No deberíamos quizá dirigir nuestro empeño a disciplinas más productivas? ¿Estamos perdiendo el tiempo y haciéndoselo perder a otros?
    Comprenderá mi inquietud al comprobar, que a pesar de nuestros esfuerzos, en esta República nuestra del saber, aún se discute y pone en tela de juicio la gastronomía como parte del quehacer filosófico. Quieren algunos reducirla a un mero conjunto de normas sobre la buena mesa, que al tomar por objeto lo empírico han de quedar sólo en máximas, que no leyes, y por particulares, sin más fundamento racional que el atenerse a un cierto consenso, y obviamente quedar a merced de la contingencia de los tiempos.
    Diríase que aquellos que discuten la posibilidad de una crítica del uso práctico de la razón en estas cuestiones gastronómicas, no entienden o no quieren entender, que por lo mismo podría discutirse dicha crítica cuando se refiere a cuestiones de otra índole, por mucha enjundia o importancia en que se las tenga. Pero nadie se atreve a discutir su trabajo en la "Fundamentación de la metafísica de las costumbres". Y hemos tenido oportunidad de comprobar la buena acogida de su “Crítica del Juicio”, y lo que en ella se investiga a propósito del juicio estético “puro” y el juicio sobre el gusto.
    Suelen argumentar estos mal llamados filósofos que en el terreno del gusto o la sensibilidad no caben juicios científicos, en el correcto sentido del término, universales, necesarios y progresivos. Pero nosotros, humildes discípulos de su obra y genio, sabemos cuán equivocados andan. Que no cabe escepticismo alguno, liberados del sueño dogmático, sobre objetos constituidos a partir de los fenómenos y en consecuencia la posibilidad cierta de tales juicios. Si frente a la capital pregunta qué debo hacer y el hecho inapelable de la existencia de la conciencia, ha tenido el juicio moral el privilegio de haber sido tratado con toda profundidad por usted, y no cabe, por tanto, discusión acerca de la conveniencia de fundamentar una metafísica de las costumbres, entonces todos los relevantes asuntos que forman el conjunto de nuestro obrar entran en el campo de la citada metafísica y su fundamentación. Más, si cabe, cuando la gastronomía está en el centro de los usos y costumbres sobre los que se cimienta la cultura y la civilización.
    Pues del mismo modo que podemos distinguir entre una ética material, de entre las muchas posibles, de la auténtica ética, la del deber, así distinguimos nosotros entre una suerte de recetas con más o menos éxito, ejemplo máximo de la heteronomía, del verdadero pensar gastronómico. Un pensar, en definitiva, que busca su legitimación en la esperanza de una Humanidad mejor.
    Por todo ello tenemos el atrevimiento de solicitar de su buena voluntad que apoye nuestras ideas con un pronunciamiento público, por su parte, favorable a nuestras tesis.
    Deseando para usted y los suyos salud y felicidad, reciba un humilde saludo de su más ferviente discípulo
Heinrich Adolph de Dohna-Wundlacken”

Y la segunda.

“Königsberg, 17 de septiembre de 1803.
Mi buen antiguo alumno:
    Aun considerando la muy interesante tarea que me ofrece, digna de ser tenida en cuenta desde la más seria de las actitudes filosóficas, he de declinar su oferta, al menos en persona, por imposición de una salud cada vez más precaria, que me tiene definitivamente postrado. El paso del tiempo es inexorable, amigo mío, y ya no me queda demasiada espera para rendir cuentas ante el Altísimo. En tal situación me hallo, que estas pocas letras, con mucha fatiga, no me queda otro remedio que dictarlas a mi buen asistente Ehregott Andreas Wasianski, que vela por mí en éstos mis últimos días. Tómelas usted por el pronunciamiento que me pide y haga el uso de ellas como mejor le sirvan.
    Quiero insistir en que no abandonen ustedes su investigación, si en algo vale mi magisterio, y tengan en cuenta que sería para mí un orgullo saber que otros completan las investigaciones sobre el juicio estético y del gusto. No es tarea inútil el estudio de la posibilidad del juicio gastronómico "puro". La posibilidad del juicio sintético a priori del gusto, como usted bien sabe, exige un principio a priori subjetivo, que no objetivo. Tal juicio tiene como finalidad subjetiva la satisfacción para la facultad de juzgar, en general, y debe hacer referencia a algo que posean todos los hombres como condición subjetiva, para un conocimiento posible. Así que sí, mi buen alumno, si por juicio gastronómico entendemos un caso particular de juicio “puro” de gusto, éste es posible y se puede y debe profundizar en su estudio. ¡Buen ánimo con tan importante y “trascendental” tarea! 
    Reciba mi más cordial saludo
Immanuel Kant"

Y ahora, ¿qué respuesta daremos nosotros ante este hallazgo? ¿Permitiremos que la llama que encendimos hace ya casi seis años se ahogue en la noche de la inoperancia? ¿Abandonaremos, hastiados de silencio, tan ineludible tarea?

Creemos que no. No podemos desatender al deber y este hallazgo trascendental ha de servir para fortalecer nuestro vínculo con él. Eso es la obligación, el vínculo del sujeto moral con el deber. En nuestro caso, mantener y promover estos Encuentros, debatir sobre los más variados temas, y entrenado el espíritu, afrontar esta tarea que cuenta ya, según hemos conocido hoy, con más de doscientos años de historia y el más grande de los inspiradores que pudiéramos desear. Y les pido brinden conmigo con el recuerdo, muy a propósito, para que sirva de estímulo a nuestro esfuerzo y homenaje al maestro, de lo que escribió en su “Antropología”: “el acto de vivir bien que mejor parece concordar con la verdadera humanidad es una buena comida en buena compañía”.

©Óscar Fernández