domingo, 15 de mayo de 2016

ODIOSAS COMPARACIONES

Difícil esta ocasión por dos motivos principales: la precipitación y la reiteración.

Con demasiada premura fue convocado este Encuentro, que es además celebración del Quinto Aniversario de la Fundación de SOFIGMA. No será la primera vez que tengamos que redactar un aperitivo a vuelapluma y probablemente, vista la experiencia, no sea la última. Lo que es seguro es que “el veintiocho” se llevará el récord. Obligada, entonces por esta primera razón, la petición de disculpas.

Por reiteración, puesto que el menú de hoy no se diferencia en lo sustancial del que tuvimos ocasión de disfrutar a la vuelta de las festividades navideñas. Las variaciones se dan en alguno de los entrantes, y vamos a tratar de fijarnos en ellas para sortear, con cierta dignidad, la segunda de las dificultades.

Es lugar común elogiar las croquetas de madres y abuelas, como las mejores que se han probado jamás. Así resulta que cada vez que se encuentra uno con ellas, tanto en menús de postín como en raciones de humildes tabernas, debamos escuchar de la compañía el consabido elogio familiar. Las comparaciones son todas odiosas por muchos argumentos, pero las que se establecen frente a los sabores y olores de recuerdo infantil, trufados de emoción filial, son especialmente injustas. De este modo lo que encontramos en el término opuesto comparado estará siempre en desventaja. Nada nos une emocionalmente al autor de, en nuestro caso, las croquetas de marisco; no nos salen gratis y al contrario que aquéllas no han pasado, en fin, por ese tamiz prodigioso de la memoria, que esconde en recónditos rincones lo que nos duele o disgusta y pone delante, siempre, lo amable o lo que nos hizo, aunque sólo fuera un instante, felices.

Por si fueran pocas las razones para rechazar tales comparaciones, ésta que nos ocupa se establece entre por un lado la novedad desconocida de lo sensible, ya prejuzgada desde el concepto establecido por una muy larga secuencia de experiencias asentadas desde la infancia, y por otro con, precisamente dichas experiencias sensibles de la infancia, que es, según algunos, la circunstancia inherente de nuestro yo más íntimo y personal, la única patria del hombre, dicen. Jamás se encontrará un “versus” más descompensado. Sería semejante a pedir a un emigrante que comparara, juzgando con objetividad, el paisaje que se abre ante sus ojos, dónde se vio obligado a llegar, y el recuerdo de la tierra que hubo de dejar.

Otro detalle. Dudamos mucho que ninguna de nuestras madres o abuelas hicieran croquetas de marisco. Las croquetas son en origen cocina de aprovechamiento, arte al servicio de “sobras y restos” devenido en técnica culinaria de envolvimiento, no siempre honrada, de los más variopintos ingredientes. ¿A alguien le ha sobrado alguna vez marisco como para tener que reciclarlo en forma de croquetas? No queremos decir que no sean lícitas las croquetas de lo que sea, queremos decir que no es lícita la comparación de croquetas con dispares ingredientes y de intención tan distinta. Por lo tanto recomendamos que, salvo el socorrido juicio a la calidad de la textura de la bechamel y a la corrección de la fritura, obviemos el sabor y el aroma en la discutible, pero inevitable, comparación entre la imagen sensorial del recuerdo parcial emotivo y la imagen sensible inmediata de la percepción presente.

Este discurso sobre la croqueta nos ha llevado a una cuestión muy oportuna en todo debate; más aún en el que anuncia el tema de nuestro Encuentro. La conveniencia de comparaciones entre términos que, o se presentan como opuestos y quizá no lo son tanto, o al contrario sus diferencias son tan enormes, que no cabe comparación posible.

Díganme si no ustedes si hay algo de falacia o no, análoga a la expuesta en nuestro argumentario sobre las croquetas, en el empeño por oponer naturaleza y cultura, libertad y determinación, liberalismo y comunitarismo, o en fin, entre individuo y sociedad.

Nos rebelamos contra la dialéctica forzada, obligada por prejuicios academicistas. De la misma manera que nos parece perfectamente razonable acompañar, elevar diríamos nosotros, unos chipirones a la plancha con la amorosa y lenta caramelización de la polivalente cebolla; de la misma manera decimos, pedimos que no se oponga el individuo, sus derechos y libertades como tal, a la legítima esperanza de una comunidad justa sin desigualdades de clase o condición.

Tomamos partido, porque no queda otra, por el espíritu y su ideal ilustrado, que es el mismo de la sabia lección magistral del conocimiento gastronómico, unir lo diverso para mejorar y elevar ingredientes individuales a la síntesis suculenta del conjunto.

©Óscar Fernández

lunes, 9 de mayo de 2016

Individuo y sociedad

Partamos de algunas idea conocidas:

El hombre es un ser social por naturaleza.

El ser humano se identifica como persona. 

Persona en la definición clásica de Boecio es la sustancia individual de naturaleza racional. En Kant esa naturaleza racional es la que le confiere dignidad, es decir la consideración de que es un fin en sí mismo, no un medio para otro fin; precisamente lo que le identifica como persona, no como cosa.

El debate teológico sobre la Trinidad acentuó para el término persona su origen etimológico, del griego “prósopon”, que significa máscara, la que se utilizaba en el teatro y que incluía la bocina para aumentar el volumen de la voz (personare en latín, “sonar a través de”). Podría ser así algo distinto del sujeto, algo que lo muestra con resonancias especiales.

Podríamos pensar que no se puede cumplir estrictamente con la definición de Boecio sin la sociedad, puesto que para alcanzar en plenitud dicha naturaleza racional se necesita de la sociedad. Dicho de otro modo, el individuo solo puede perfeccionar en sociedad su propia naturaleza. Quizá la sociología que ha identificado la persona con el rol social esté señalando el aspecto de “máscara”, del término en griego, el papel que el individuo ocupa en el gran teatro del mundo.

La persona es sujeto de derechos y deberes.

También en Kant el ser racional es el ser autónomo, el ser moral, cuya condición es la libertad. De esta consideración de responsabilidad, de autonomía moral, se puede deducir el sujeto de derechos y deberes, del término persona en sentido jurídico o político.

La independencia, en la que la Modernidad insistía, será el germen del concepto de libertad individual entendida en sentido político, clave del liberalismo clásico.

En la discusión entre comunitarismo y liberalismo son interesantes estas reflexiones de Zygmunt Bauman en su libro La Posmodernidad y sus descontentos:

“La ‘diferencia’ liberal es sinónimo de libertad individual, mientras que la ‘diferencia’ comunitaria es sinónimo de poder del grupo para limitar la libertad individual. Lo que los comunitarios postulan equivale a dar licencia a los grupos para ejercer dicho poder sin interferencia”

“Llamen como llamen a su preocupación, lo que a los individuos les molesta realmente es el riesgo innato a la libertad; independientemente de cómo describan sus sueños, lo que desean es una libertad libre de riesgos. El problema es, no obstante, que la libertad y el riesgo sólo aumentan y disminuyen juntos”

El debate sobre los derechos humanos, sobre la garantía de los derechos individuales, la prioridad de la libertad individual sobre la organización social, se relaciona con las dualidades tópicas de naturaleza-cultura, individuo-sociedad, libertad individual-sociedad civil.

Finalicemos con algunas preguntas radicales que seguro motivarán el debate y quizá, con suerte, el envío de algún texto ilustrativo para el venidero Encuentro:

Si somos personas, libres, seres sociales, sujetos de derechos y deberes ¿por qué la justica social y el ideal de bien común son tan esquivos?

¿Es incompatible el ejercicio de la libertad del individuo con la justicia social?

¿Es la democracia occidental representativa el único sistema garantista de derechos, deberes y libertades?

¿La desigualdad social es el peaje inevitable del liberalismo político?

Tras milenios de historia de la Humanidad, ¿de verdad que es imposible este ideal tan hábilmente expuesto por Amitai Etzioni: "Respeta y defiende el orden moral de la sociedad de la misma manera que harías que la sociedad respetara y defendiera tu autonomía"?

Es apremiante encontrar algunas respuestas. Corro el riesgo de hundirme en un pesimismo antropológico y existencial de consecuencias políticas terribles. Sin algunas repuestas o esperanza de ellas, somos pasto de salvadores de la patria, gurús del orden social y chamanes del progreso. Somos terreno abonado de ideologías populistas, de fácil propaganda, que terminen por traer de nuevo, o extender definitivamente viejos totalitarismos de la mayoría, o de la minoría, o simplemente del más fuerte.