sábado, 19 de septiembre de 2020

LA RECETA… ¿DESCUBRIMIENTO O INVENCIÓN?

Parece ésta una buena ocasión, a falta de menú, obligados a disertar sin el habitual asidero, para tratar cuestiones de carácter general, o por el contrario de matiz tan específico, que raramente encontraríamos oportunidad de engarzar con una oferta culinaria concreta. Ya se ha hecho en otros aperitivos. Degustar este pequeño bocado solamente apoyado por el tema en cuestión. 

“A priori” parece que una ciencia formal, un lenguaje, de suyo, ha de ser un constructo, una invención de la Razón para interpretar o comprender el mundo. En esto las matemáticas no se diferencian de todo lo demás, producto humano, incluida la gastronomía, o el racional modo de resolver la necesidad fisiológica anunciada por el hambre, que exige cumplida respuesta, según los expertos, cinco veces al día. ¿Es posible inventar un arte, para hacerse con el mundo real, sin que a su vez dicho arte esté en el mundo real? Para Pitágoras, y no sólo para él, los números son la estructura de la realidad misma, “el lenguaje del universo”. El realismo dogmático cree que las palabras están en la esencia de las cosas, que son reales; que las cosas “gritan su nombre”. A nosotros, particularmente, no deja de asombrarnos cómo se presenta tantas veces la Naturaleza, geométricamente ordenada. Las abejas construyen hexágonos, la pirita cristaliza en prismas, el número áureo y su presencia en la concha del “nautilus pompilius” o en las hojas de la alcachofa, por ejemplo. Pero esto, dirán algunos, no es otra cosa que un modo de invención, pues somos nosotros los que “vemos” semejantes estructuras, las ponemos allí. Si nos quitásemos las gafas matemáticas o fuésemos otra especie no las descubriríamos. 

Esos mismos dirán que precisamente alejarnos de lo natural, civilizar o humanizar la Naturaleza, lo que define la gastronomía, es lo que posibilitó nuestra evolución. Que el cocinado de los alimentos, especialmente la carne, proporciona un medio de absorción de proteínas, más eficaz y rápido, y facilitó el desarrollo cerebral. Es cierto, sin la cocina las legumbres serían imposibles. Un invento del hombre convertirlas en alimento. No vamos a entretenernos ahora en filípicas contra los llamados crudi-veganos, porque no es el momento, pero, más allá del respeto a la individual libertad, tienen para una catilinaria invectiva de libro. 

Volvamos a lo que nos ocupa. Si seguimos por este camino de idealistas irredentos, ni la física ni las matemáticas, imaginen ustedes entonces la filosofía, se libran de ser pura invención. ¡Que se lo digan a Hume! Y es evidente, por ende, que solo lo tautológico parece necesario y verdadero y que lo contingente y empírico es dudoso. Certeza solo de lo que inventamos. La naturaleza inventada, ahora con minúscula, es nuestra única realidad cierta, digerible. 

En cambio, ¿no le parece a nuestra docta audiencia, que las patatas y el huevo existen para ser tortilla? ¿Que los callos, o con garbanzos o a la madrileña, o si no, no son? Queremos decir; tan real como la cosa ha de ser la esencia y su expresión racional, de lo contrario, vivimos ensoñados, engañados en una ficción sin sentido. Y ya entienden ustedes que no hay otra forma de pensar, y por tanto ser, la despensa toda que la naturaleza ofrece, que guisada, cocida, asada, frita, rehogada, vestida de orden y concierto para ser degustada, digerida, aprehendida. 

Nada hay real, para nosotros, si no ha pasado por nosotros, y esto es posible porque nuestros instrumentos, nuestras herramientas, son reales, no sólo ficción. La Naturaleza, “a secas”, es una ficción, no existe. Toda la naturaleza está humanizada. El orbe es una malla trigonométrica. El cosmos lo es porque está ordenado. La tortilla es cosmos. Cualquier guiso, imagen poética de un sistema copernicano, donde la receta es, al arte de los fogones, lo que las leyes de Kepler al heliocentrismo. En definitiva que ni se inventa ni se descubre, es. 

Y si no fuera bastante, déjenme concluir sin equívocos:

Descubrimos, dichosos, 
orden en la Naturaleza, 
expresado por ella misma 
en matemáticas relaciones. 
No hay diferencia, por tanto, 
para el entendimiento 
cuando la inventamos. 

Descubrimos, gozosos, 
no haber mejor cebada, 
en este mundo azaroso, 
que una cerveza bien tirada, 
ni peor desatino 
que dejar un buen mosto 
sin convertir en vino.

©Óscar Fernández