jueves, 22 de octubre de 2015

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "APERITIVOS PENSADOS"

Gracias a la amabilísima oferta del Director de la Biblioteca Municipal de San Fernando Henares "Rafael Alberti", podemos publicar esta invitación:


sábado, 10 de octubre de 2015

SOBRE LA PLENITUD. APROXIMACIÓN A UNA FILOSOFÍA DEL BUEN COMER

Esta noche no podemos andarnos con pequeñeces. La cuestión que hoy tratamos no permite manejarnos en el terreno de las ocurrencias. Hasta tal punto se muestra radical la investigación propuesta, que nos sitúa en el quicio mismo del deber, señalando a la raíz misma del vínculo que establecemos con él. Obligación de filosofar sin componendas, responsables de las palabras que pronunciemos. Porque nadie discutirá aquí de la necesidad de la Filosofía, necesidad que es obligación de pensar “en serio”. Nos proponemos que nuestro aperitivo no desmerezca de esta misión. Y no vemos mejor ocasión que ésta, para emprender animosos la tarea de esclarecer el tema que nos ocupa, desde la experiencia gustosa de esta cena. Así, en dos bocados y un trago, nos preguntamos sobre la plenitud de la vida humana.

¡Qué fácil sería hacer analogías más o menos ocurrentes con los platos del menú! ¡Qué simple hablar de plenitud en el grotesco sentido del glotón, o de felicidad en el escandaloso sentido del sibarita! Rechazar, si cupiese, la propuesta aristotélica y en un mal entendido placer gastronómico adoptar un hedonismo falaz, para poder imbricar la cuestión de la plenitud de la vida humana con la experiencia de nuestra cena, sería, en el más suave de los juicios, una mofa inaceptable de nuestro deber. Lo mismo si tratáramos de hacer proselitismo de una “ataraxia”, como poco estúpida, proponiendo la imperturbabilidad ante las tentaciones del menú. Pero, ¡si han sido amorosamente ejecutados los platos con ese fin!, ¡perturbarnos en el más honroso de los sentidos! El menú ejecutado en las cocinas es arte, arte para que gocemos. ¡Tomemos lo que tenemos entre manos en serio! Y como sabemos que aún hoy hay, incluso aquí entre nosotros, quienes creen que este deber del Aperitivo es solo un divertimento, más propio de monólogos al uso, que de diálogo sincero, expresemos sin más dilación la tesis que sostenemos. La Felicidad, en el sentido más absoluto, a la que hace referencia la expresión “plenitud de la vida humana”, esa Felicidad que hace de nuestra vida, según el Filósofo, vida divina, si es posible, ha de contar con las felicidades relativas, propias de la más humana de las vidas. Ha de contar con la comida. Ha de contar con esta cena en concreto, no otra.

Para acceder a esta certeza podríamos seguir el consejo del primero entre los modernos. Tratar de librarnos de nuestros prejuicios acerca del menú, someterlos a crítica, y alcanzar la intuición de la verdad buscada. Pero mucho nos tememos que es harto difícil abandonar un prejuicio, identificarlo como tal una quimera, y mucho más cuando está firmemente asentado por el hábito en la experiencia. Esto nos pasa a nosotros por ejemplo con el pepino, del que no podemos olvidar que lo llena todo incluso cuando es utilizado con mucho tiento. Es más difícil librarse del pepino en una ensalada, por ejemplo, que de la idea de sustancia, por más que ésta se nos imponga como soporte de nuestra experiencia. Si hizo falta más de un sesudo británico para establecer la duda racional sobre la sustancialidad del yo, imaginen ustedes lo que nos costaría a nosotros librarnos de la pertinaz impresión del pepino y su idea derivada. Pero dejemos ahora el pepino, ya le dedicaremos este tiempo y espacio, como fenómeno gastronómico más que discutible.

Quizá parece entonces mejor método suspender el juicio sobre aquello que creemos conocer. Debemos “poner entre paréntesis”, hacer “epojé” de las ideas derivadas de años de experiencia como comensales y considerar el puro fenómeno del menú en la conciencia. Esto es posible porque el menú vivido (queremos decir producido y llevado a su fin en la mesa, por no alargarnos aquí en su caracterización) es producto del espíritu, una expresión de la existencia, es un inequívocamente proceso de conciencia. Como tal la obra intencional del chef y su taller llevada a su acabamiento o perfección en el acto para el que fue concebida, la degustación más que inteligente reflexiva, todo este vivir en fin, es prolongación de nuestro ser. Si filosofar es tratar de responder a la tríada kantiana que se sintetiza en la pregunta ¿qué es el hombre?, el menú de esta noche, su vivencia, ha de ser camino para profundizar en esa misma búsqueda. Estamos con Raymond Aron, y como él a Sartre, decimos a todos que hacer filosofía lo es sobre las cosas tal como se experimentan, describirlas como se sienten.

Un menú es un ejercicio de arquitecto, un boceto de artista, que se plasma real en el oficio de las cocinas. Cada plato es tanto fruto del conocimiento práctico, realización de una “tekné”, como aplicación del saber científico, “episteme” al servicio de los sentidos. De la obra de los expertos al disfrute de los comensales se recorre el mismo camino que entre la mirada del espectador de un cuadro y su autor. Si mostramos esta misma analogía con la música o con la poesía seguro que nadie discutirá que son caminos filosóficos y que en ellas hay amor a la sabiduría. No entendemos por qué se duda entonces de esto mismo en la ciencia gastronómica, en el arte de los fogones y en el lenguaje que comporta. Se puede discutir en dónde situaremos este saber, cuán lejos o cerca esté de la filosofía primera, pero no se puede dudar de su carácter.

Cuando profundizamos en las raíces culturales de un plato, o en la habilidad para combinar ingredientes, tanto en el esfuerzo de gustar, como de servir a la nutrición y a la salud; cuando relacionamos la disposición de las viandas y sus acompañamientos en el plato, la idoneidad o no de unos u otros condimentos; cuando buscamos acierto con el vino o tratamos que se realcen las calidades de los productos; cuando, en fin apreciamos con rigor, con conocimiento de causa, a lo largo de la velada con los amigos, la cena, se representa ante nuestra conciencia el camino filosófico hacia nuestra plenitud como seres humanos. Es éste un ejercicio moral coherente con el “corpus ético” aristotélico. Dice el Filósofo y con él nosotros, que el alma sensitiva “participa en cierto modo de la razón”. Por tanto, habrá de considerarse que comer de este modo es actividad propia de la vida sensible, que es humana (no sólo animal), ejercida conforme a virtud (virtud ética) y engarzable con la Felicidad plena que nos planteamos. Ésta consiste en la vida contemplativa, de las cosas particulares y contingentes, objetos de la razón práctica, y sobre lo universal y necesario, objeto de la razón teórica. La prudencia, en aquélla y la sabiduría en ésta, son las virtudes dianoéticas que hacen posible tal plenitud. Cosa de dioses para el Estagirita. Pues bien, en tanto que no comemos como irracionales, ni comemos solo empujados por el deseo o la pasión, porque no comemos sólo adornados de una razón pura tan infalible como inefable, disfrutamos con mesura, valor y justicia, pues admiramos la ciencia y el arte que encierran, de lo que comemos conscientemente, con conciencia. Hoy, y tantas veces como queramos, podremos ser así humanamente felices. Podremos contemplar prudentes nuestra propia vivencia y esperaremos, en consecuencia, alcanzar sabiduría para encontrar la Felicidad de una vida humana plena, divina.

©Óscar Fernández