domingo, 12 de noviembre de 2017

Publicación de la 2ª edición de los Aperitivos

El XXXIV Encuentro fue la ocasión ideal para presentar la segunda edición del libro que recoge los Aperitivos.
Una cuidada edición con 12 nuevos Aperitivos, hasta el número 34, que hará las delicias de los paladares filosóficos más exigentes.
Esta vez la edición está disponible en la tiende de libros de Amazon, tanto la versión de tapa blanda como la versión "ebook kindle".

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Aperitivos pensados: De tapas con la Filosofía

sábado, 11 de noviembre de 2017

EL BANQUETE DEL REY

No sabemos si por nonagésima o por enésima vez, pero no nos cansaremos de proclamar que sin filosofía no hay nada. Puede usted filosofar al modo académico, o no; puede reconocer que lo hace, o no; puede apoyarse en mentes preclaras que antes que nosotros se empeñaron en tan ardua tarea, o filosofar desde su ingenuidad primera; puede ser como usted quiera, pero no cabe ser racional, que si lo es, filósofo no sea. Y hasta tal punto el filosofar está imbricado con la propia existencia, que prácticamente nada escapa al designio de la sabiduría primera.

Cuentan que, un afamado artista culinario, fue llamado a servir en el banquete de coronación del Rey. Muy satisfecho el alto mandatario con el soberbio menú servido, tan sorprendido quedó con las sensaciones que cada plato le proporcionó, que quiso conocer la inspiración que guiaba el espléndido y delicadísimo arte del maestro de las cocinas.

Algo abrumado por el requerimiento, el cocinero fue enumerando las reglas máximas del buen hacer en los fogones. Buena materia prima tratada con respeto, coherencia y equilibrio en la combinación de ingredientes y condimentos, atención en el trabajo y paciencia en las cocciones... Pero, sus explicaciones, no terminaban de satisfacer las demandas del Rey, pues parecían normas tópicas de cualquier recetario de cocina al uso. Muy enojado el Rey decidió encarcelar al cocinero por rebeldía y le aseguró que no saldría si no revelaba su secreto.

Todas las noches, cuando le llevaban la triste sopa y el mendrugo de pan como todo alimento del día, le preguntaba el carcelero por su secreto. Pero el atormentado cocinero jamás contestaba, pues no sabía qué decir al Rey. En su desesperación, una noche, el cocinero se atrevió a pedir audiencia e intentar poner fin a su cautiverio. Al día siguiente, el Rey, concedió la audiencia alegre porque, al fin, se había decidido el cocinero a revelar su secreto. Cabizbajo caminaba el preso hacia el salón del trono cavilando una ocurrencia que le salvara. Al llegar ante su Majestad tuvo finalmente una feliz idea. Propuso escribir su secreto en un papel que se guardaría en lugar seguro y a salvo. Y anunció que, si había algún sabio en el mundo que supiera cuál era su secreto, él volvería a la cárcel para siempre, pero que mientras nadie hallara su secreto, él podría vivir felizmente trabajando como Jefe de cocinas de Palacio. El Rey, malhumorado por el atrevimiento del cocinero, corrigió la prisión perpetua por la condena a muerte y ofreció como recompensa, al que acertara con el secreto, el cargo de Primer Consejero del Reino. Se nombró al más justo de los jueces depositario del secreto y encargado de la comprobación cada vez que alguien propusiera una respuesta.

Muchos sabios lo intentaron; muchos consultaron libros de los más grandes cocineros de la Historia; pero nadie acertó con el secreto. Pasaron los años, pasaron las décadas, se olvidaron con el tiempo recompensas y pendencias. Se olvidó el pueblo, se olvidó el Rey y se olvidó el secreto. Hubo otros reyes, otros banquetes y otros grandes cocineros, pero nunca volvió a disfrutarse de un banquete como aquél.

El secreto de la buena cocina, de la cocina perfecta, jamás se ha descubierto. La gran mayoría de los cocineros están obligados a seguir las recetas de otros, muchos intentan crear las suyas propias, pero muy pocos son capaces de crear verdaderamente. Nadie ha dado con la fórmula que resuelve definitivamente el misterio del arte y oficio de la restauración. La gastronomía no es, y quién sabe si será alguna vez, una ciencia acabada.

La vida es como el banquete del Rey: un banquete repetido en muchas ocasiones y que alterna entre grandes satisfacciones y no menos grandes decepciones. El anhelo de felicidad o el cumplimiento de las expectativas parecen remitir a un banquete ideal que, si alguna vez se disfrutó, ha quedado por algún motivo perdido. La existencia es un misterio que nos empuja a enfrentarnos con las mismas preguntas, una y otra vez, sin que aparentemente la Razón halle el camino de las respuestas definitivas. Muchos, a lo largo de la Historia, han intentado desvelar el secreto, y la gran mayoría nos vemos obligados a repetir lo que otros dijeron. Muy pocos han ofrecido respuestas satisfactorias y, en todo caso, nadie está seguro de que sirvan para desvelar el sentido de este viaje. 

Todo ser humano debe enfrentarse alguna vez con su propio misterio. Verse frente al otro, desasistido de recetas salvadoras. Enfrentado con torpes medios, su Razón, a dar sentido a una vida que por finita, pide a gritos eternidad. Nadie puede resolver por nosotros tales tareas. Cabe huir o dejar que otros cocinen por nosotros, cabe ser responsable de nuestras propias recetas o caer en la desesperación.

Hay que participar en el banquete, comprometerse. Sin platos y comensales que los prueben, no hay banquete. Los acontecimientos son los platos de nuestro banquete vital. Con cada plato, con cada acontecimiento, se nos llama a pensar el sentido de nuestro banquete. Un compromiso que parece estar más allá de los límites de la Razón; pero no tenemos mejor arma que ella. El mayor temor del hombre no es que el banquete finalice, que no volvamos a vernos en otro, sino que no haya tenido sentido, que todo haya sido vano. La desesperación se instala, entonces, en una Humanidad que primero olvida su tarea de desentrañar el secreto, el misterio, y luego niega que nunca hubiera existido.

El ser racional ama para dar sentido, actúa para saber y espera confiado la solución al misterio. Estamos aquí para anunciar que nosotros no olvidamos, que por tantas veces que nos estrellemos en las mismas preguntas y topemos con los límites de la Razón, en ella esta nuestra esperanza. Nos negamos a ser cómplices del olvido porque estamos comprometidos con nosotros mismos y los que comparten con nosotros tan espléndido banquete.

©Óscar Fernández