viernes, 21 de octubre de 2016

ONTOLOGÍA DESDE LA CAZUELA

Una vez más somos empujados a realizar un esfuerzo que excede con mucho los límites de un aperitivo. Aún así no nos resistimos a intentar de nuevo mostrar, y demostrar, la posibilidad de elevarse desde la gastronomía a la filosofía más pura. A pesar de saber que remamos contra corriente, e incluso, más grave aún, entre las dolorosas galernas del escepticismo amigo, estamos empeñados en llegar a buen puerto y dejar firmemente establecido el fin irrenunciable de todos nuestros encuentros. ¡Vamos a ello!

Si nos preguntamos ¿qué hay?, en nuestro caso y en principio, cabe contestar leyendo el menú. Ese “qué” está haciendo referencia al contenido, es decir, nos señalará lo que clásicamente denominamos “quididad”: el fondo de la cazuela. Hoy lo que hay es merluza a la bilbaína. En definitiva un modo de aparecer lo existente que bien podría ser de otra manera. De hecho cuando sometamos “lo que hay” al juicio de la razón, tras la percepción sensorial para la que fue concebido, nos asaltarán prejuicios y experiencias (muy especialmente éstas) que empañarán de algún modo nuestra percepción del plato. Podríamos entretenernos en discusiones interminables acerca de la conveniencia o no de ese o aquel ingrediente, de ese o aquel condimento, de si fue excesiva o escasa la temperatura de cocción, o si tal técnica culinaria u otra fue la más adecuada para el tratamiento de la merluza. Y no acabaríamos. Pero lejos de deberse las interminables disputas, a un muy poco razonado criterio relativista, o al triunfante y pertinaz subjetivismo sobre el gusto que dominan estos tiempos sin apego alguno al rigor, se deberán más bien a la característica propia del objeto que nos ocupa, su mera posibilidad de ser. Todo lo que pueda ser, aunque de hecho sea, todo lo que pueda haber, aunque de hecho lo haya, solo será una de las maneras posibles de ser, uno de los infinitos modos nos atreveríamos a decir del existente que, por otra parte, dejará de serlo en cuanto demos buena cuenta de él. Tal constatación de la contingencia de lo existente, de lo que hay, obliga a preguntarse por qué lo hay y por qué es así.

Lo hay porque el artesano maestro de las cocinas ha puesto toda su experiencia y saber al servicio de nuestros paladares; y es así porque de la causa eficiente se encuentran en su efecto sus facultades, y de las posibilidades de la materia empleada se han extraído hábilmente sus aromas, sabores y probablemente potenciado unas y eliminado otras de sus cualidades nutricionales. Todo esto sin olvidar lo que los instrumentos, causas segundas, condiciones y circunstancias han otorgado al resultado final. Pero esta explicación estaría incompleta sin considerar lo que el comensal aporta, pues en lo que se refiere a la percepción sensible y al juicio del entendimiento tanto pone el sujeto cognoscente como la cosa que lo desata. Explicación en lo que hoy nos interesa inútil. Una vez más este complicadísimo proceso que exigiría análisis detalladísimo es vacío, porque seguimos fijándonos exclusivamente en lo que se nos da en el fenómeno, que existe sí, pero solo de modo contingente. 

Todos pueden tener o de hecho tienen noción de la merluza a la bilbaína perfecta, mayor que la cual no puede haber otra. Pero todos coinciden en afirmar que es más perfecta la merluza a la bilbaína que existe en la realidad que la que existe solo en el entendimiento. Luego todos han de admitir que la merluza a la bilbaína perfecta existe en la realidad, pues si solo admiten que existe en el entendimiento ya no sería merluza a la bilbaína perfecta. Esto lo dirán todos (probablemente todos vascos) pero no nosotros; y no porque dudemos de la posibilidad de una perfecta merluza a la bilbaína, de la virtud de los buenos cocineros, si no porque no confundimos el hecho de existir en la realidad, aunque sea una perfección, con el acto mismo de ser. Pues hay entes a los que no compete a su “quididad” ser, y han de recibir por tanto tal acto, tal perfección, de otro. Lo que nos lleva a pensar en la exigencia de un ser cuya esencia coincida con su ser, que sí le competa existir porque no recibe el acto de ser de otro, porque lo posee por sí mismo. Lamentamos tener que reconocer que la merluza a la bilbaína no es necesaria. El craso error del argumento expuesto más arriba radica en pretender obtener de la necesidad la contingencia cuando debe procederse justamente al contrario. Es baladí pretender explicar por qué hay lo que hay a partir de lo que necesariamente debe haber, es decir a partir del ser necesario descubrir racionalmente el ser contingente. Cuando precisamente se toma conciencia de que lo que hay, merluza a la bilbaína por muy perfectamente real que sea, pudiera no ser o, peor aún, pudiera ser de modo completamente ajeno al “quid” ancestral que lo define como auténtica merluza a la bilbaína (se considera aquí su contingencia quizá a la luz del quehacer culpable de un cocinero innovador de poco seso) la razón se ve entonces obligada a inferir que debe haber un ser necesario.

Avancemos desde las consideraciones medievales hacia la pulcritud racional moderna y apreciemos que tampoco existen razones suficientes que expliquen que lo que hay, en tanto que contingente, sea lo mejor de lo posible. Hablamos de la mejor merluza a la bilbaína, dicho en términos de orden, de equilibrio, no en términos morales. Sin ningún ánimo de ofender ni a los más reputados paladares ni a los más afamados maestros culinarios, no a pesar de Leibniz si no con él, todas las merluzas a la bilbaínas que fueron, son, serán y acaso sean, no serán lo mejor, como un todo considerado, matemáticamente ordenado por la obra de un hacedor perfecto o su correspondiente “gourmet”. Todo lo que hay, por el hecho de ser tiene por definición perfección, la que le corresponda, pero tal armonía de dicho mundo, no procede en el caso de las obras humanas (nuestro mundo) de la virtud de los agentes, pues estos no pueden otorgar lo que no poseen en su esencia (el acto de ser) y a su vez son, como sus efectos, contingentes, con su acto de ser recibido, accidentalmente obtenido. Mucho nos tememos que o cambiamos de perspectiva o concluiremos que hablemos de lo que hay en la cazuela, o de lo que hay en el mundo, lo que haya será lo mejor posible sólo gracias a Dios.

Cabe, frente a todo lo dicho, considerar que quizá hemos perdido el ser en la confusión con el ente. El existir con el existente. Deberíamos dejarlo todo para ser, para existir. Dejar de tratar de encerrar el Ser en nuestra pequeña Razón y ser, existir sin más, aquí, fuera de nosotros. Es el ser ahí, el ser en el mundo, el que está haciendo algo ahí, el que nos permite comprender que lo que hay, lo que es en sí, no es la clave del problema. Es el ser fuera de sí, haciendo y haciéndose en el mundo el que explica lo que verdaderamente hay. No hay una merluza a la bilbaína, hay un hacer y disfrutar la merluza a la bilbaína, sin elaboraciones intelectuales, experimentándola “en directo”, en una acción en que dicha experiencia se vuelve transitiva. Nos libraremos del ser copulativo para hacer ser. Podrán acusarme de epicúreo, de agnóstico sensista incluso, pero yo creo firmemente que el Ser me dio el ser para ser fuera de mí en la experiencia. Que quiso, en su Infinita Sabiduría, que mi existencia fuese aquí y ahora, también placer de una buena merluza a la bilbaína, disfrutando con vosotros, para vosotros, de ser. 

©Óscar Fernández