sábado, 3 de diciembre de 2016

MENÚ DE VERSOS Y PROSA

Veamos hoy si es cierto que el lenguaje poético abre un camino hacia la sabiduría. Para que esto sea posible la poesía debería ser algo más que un simple modo de comunicación. Y tampoco podría quedarse en un simple modo de disfrute estético. Debería ser capaz de otorgar un plus, un añadido al contenido más allá de su bonito y ocurrente continente. Se nos antoja que con la presentación de un plato pasa algo parecido. Una adecuada disposición de la guarnición, un napado delicado de una salsa que no sólo acompañe, o mucho menos oculte, si no que destaque las bondades del ingrediente principal, debiera decirnos más de lo que comemos que si tales aderezos faltasen. Lo común es comparar el montaje del plato con un lienzo donde se expresa el autor a través de la gastronomía como en una pintura o un relieve. En nuestra investigación de hoy la presentación de un plato sería lo que el ritmo, la rima, o las figuras literarias al contenido de un poema.

En todo arte los elementos de la composición no se añaden o se disponen por capricho. En las mesas ha de servir dicha composición para potenciar el trabajo de las cocinas, efecto que si se obtiene, bien podría ser calificado de genial. En el lenguaje poético la genialidad estribará en que el artefacto literario sirva al mensaje. 

Unos ejemplos. Sobre un plato liso de cerámica, de forma rectangular, unas sencillas croquetas venían a construir unas sobre otras, como sillares, un incipiente muro en el centro. Otras, casualmente desordenadas, ocupan el resto del espacio, aquí y allá, adornado de una ensalada de hojas verdes bien aliñadas.


Melosas sonrisas del marqués de las dehesas
se bañan en estanque de suculenta reducción,
protegidas por andinas solanáceas gallegas,
busca el artista comandero alegrar a su señor.
Mas por no parecer de pobre y triste mesa
adorna, engalana y enriquece su sabor,
sucumbe al embrujo de hechiceras 
y torna tubérculos por secretos de Sarrión.

La ventaja del artista plástico es que su lenguaje sirve para lo que se muestra en la sensibilidad, pero ¿es posible decir más allá de lo que los sentidos ofrecen? Ahí está el tema. Hace falta otro lenguaje para tratar de lo inefable. Hace falta algo más que juegos estéticos. En filosofía, en gastronomía, en lo que sea, hace falta algo que presentar, algo que decir, y no basta sólo con guarnición y salsa. 

Probemos ahora con otro menú, esta vez filosófico:

Habla el dichoso en su paraíso y canta:

Amor que por amor me haces
el bien que por el bien me tienes.
Esperanza que en la espera vence
fatigas de mi mismo y me sostiene.
Fe que por fidelidad concedes
vida que vivir para quererte.

Uno y tú es mi reposo,
sin ti el resto, nada.
No hay más verdad que tu bien,
ni más belleza que tu mirada.

Habla el descreído en su desierto y clama:

¿No habrás quedado tan extasiado de su belleza que te has vuelto ciego, de verdad?
¿No habrás disfrutado de tal modo de su bien que te has vuelto falso?
¿No habrás querido ser tan uno, tan tú, que te has convertido en otro?

Has creído amar y es mentira.
Sólo te has querido a ti,
porque no puedes querer a otro.
Pero no te culpes, es tu condición,
tu desgracia, tu valor.

Yo y yo y sólo yo.
Cosificado de mí.
Señor de ser nada.
Sólo aquí y ahora, sin esperanza. 
Y en este baldío desierto de amor,
sólo cabe huir, quizá al ayer… 
quizá al mañana.

Nada vale que recuerdes,
no eres tú ese yo de aconteceres
pasados, sin pena,
pero también sin gracia.
No te calma
huir del yo de presente atormentado,
bien al ayer, o mejor mañana.
Quizá baste con dentro de un rato,
sólo tu yo y su regazo.

Queda ya únicamente proponer que se aproveche el presente de nuestro encuentro. Comamos y bebamos con sentido; y júzguense, tanto los versos como la prosa, el ornato como la comanda, a la luz de la consideración precedente:

De nada valen las artes si no dicen nada.
No hay belleza en el engaño, ni bien alguno sin verdad.

©Óscar Fernández