viernes, 13 de diciembre de 2013

EL CINISMO EN “LAS ARTES” ES IMPOSIBLE

Corremos el riesgo en estos aperitivos de pisar terreno del ponente. Que nos suceda como a esos torpes subalternos que, por el lucimiento de un quite, roban protagonismo al maestro y, lo que es peor, los terrenos al toro que, o queda muy cerca del caballo, o descolocado sin más. Pero no va a ser el caso. Porque, como bien pueden comprobar ustedes, nada hay de cinismo, por ninguna parte, en nuestro encuentro. Es imposible el cinismo en “Las Artes”, porque por definición son un producto de cultura, un correlato de la civilización. Así abandonó la Naturaleza, su naturaleza animal la especie, por el arte, pintando escenas de caza en las cuevas que habitaba, o donde alimentaba la magia necesaria. En “Las Artes”, el menú de esta noche tampoco tiene rastro de cinismo y sí mucha magia.

No hace falta analizar en demasía las alternativas del segundo plato, que, en los fogones de siempre, suele ser donde el chef “echa el resto” de su arte y ciencia culinaria. En esta ocasión nadie se ha salvado de las salsas, ni la merluza, ni el cerdo. Ya conocen nuestra rigidez a propósito de la intención ocultadora de estos aditamentos; pero en lo que ahora nos interesa, nada hay más alejado de la inmodestia cínica que las salsas, sean de puerros o de tomillo, rusas o hindúes. Hay un claro exceso barroco, casi rococó, cuando al pez mantequilla se le añade un chutney (que no cutney) junto con una vinagreta de cítricos, llevando así la acidez al paroxismo. Quizá, el maestro de los fogones, quiere de este modo atemperar la fiereza del pez mantequilla, más peligroso que los mismísimos tiburones, pero ese es otro tema, al que enseguida volvemos. En cualquier caso, lo más alejado de la naturaleza, lo más cultural y civilizado, es la cocina contemporánea. La heredera de la dieciochesca, moderna en sentido estricto, cuando lo francés se puso de moda en la Rusia despótica, por ejemplo, y se expresó ilustrada, racional, en el decimonónico Stroganoff.

En los postres, más de lo mismo. No hay fruta de temporada, que sería lo verdaderamente ascético. Como con las salsas de los segundos, aquí el chocolate lo impregna casi todo. Se salva el sorbete de mojito. Pero no vemos a un Diógenes moderno, vestido de harapos, con un mojito en una playa del Caribe. Y el chocolate…, quizá sea de cínicos modernos, que ni son cínicos ni “na”; como mucho, son aduladores de la ironía, que les da igual ocho que ochenta, pero no auténticos desvergonzados. 

La vida desprendida, la libertad del asceta, podría encontrase en los primeros platos. Proclives éstos a la frugalidad, con su ensalada…, las verduras…, las setas de temporada… Pero tampoco. En esto, más que en ningún otro, el cinismo es imposible. ¿Hay alguien que coma lechuga sin ningún aderezo? Es metafísicamente imposible. En “Las Artes”, además, le añaden foie, ¡el colmo de la exquisitez francesa!, y balsámico, ¡el colmo de los vinagres! A las verduras, las orientalizan con soja y en tempura, o témpura que lo mismo da; y las setas están en el risotto, variante opípara italiana para un arroz blanco. El remate de la imposibildad cínica son las fabes con almejas en la inevitable salsa. Un mundo globalizado o, al menos un mercado bien surtido de oferta, hace falta para preparar estos primeros, a años luz de la autosuficiencia o la autarquía.

Lo que sí apreciamos en el menú es recorrido filosófico helenístico. En el ejercicio de elección, que no de verdadera libertad, al que nos obligaron, compartimos la desazón de los helenos, tras la muerte de Alejandro. Libertad sin asideros para estos tiempos inciertos, como el que vivieron los cínicos. No hay cinismo en el menú, pero ¡qué otra cosa hay si no auténtico pirronismo en una merluza tratada al horno con salsa de puerros y su crujiente!; una merluza dudosa (¿su de él o de ella?, es decir, ¿del puerro o de la merluza?). Desconocemos, dudamos, necesita el tema investigación, luego somos escépticos a propósito del crujiente. Escépticos quedamos, quizá algo preocupados y, con toda seguridad, dispépticos; sobre todo si nos dejamos llevar por el pez mantequilla, del que dicen (si es el auténtico) que exige remedio eupéptico, con el consabido riesgo de déficit de vitamina B12 (en los tratamientos prolongados).

Para nosotros el epicureismo está en la presa ibérica con salsa de tomillo, pues este plato cumple con la atención debida a los placeres naturales y necesarios, nos moderamos con los naturales y no necesarios (quizá la salsa sea prescindible pero está medida por el humilde tomillo) y evitamos los no naturales e innecesarios (el cerdo ibérico es el único cerdo aceptable), todo lo demás sería exceso hedonista cirenaico.

Lo estoico sería “darle” a las verduras o al risotto, que si no son estrictas sobriedades, (la soja…, el exceso meloso de la especialidad italiana…), al menos no obligan al ejercicio heroico de una ataraxia casi imposible frente a las fabes. Las fabes con salsa verde y almejas son, como primer plato, un escándalo pantagruélico de eclecticismo artístico. Legumbre poderosa, con salsa elegante propia de pescados blancos y la profundidad marina de las almejas. De haber conocido Cicerón este hallazgo culinario habría puesto mayor resistencia a los ejecutores del mandato de Octavio, y exigido una última voluntad de gourmet, y no la conocida petición de dignidad en el modo de su ejecución.

Frente a los detalles filosóficos helenísticos de nuestro menú, la elección moderna, racional, ilustrada, científica y nada metafísica, salvo en la fundamentación del fin gastronómico en sí, exigiría de primero el risotto, (donde lo racional es la no floritura como corresponde a la entrada de una cena) y, de segundo, el Solomillo Stroganoff, ejemplo de síntesis ilustrada, como ya dijimos. Pasaremos finalmente a cualquiera de los postre, excepto el sorbete de mojito, pues el chocolate ofrece universalidad moderna y, en su versión confitera, es un descubrimiento de la segunda industrialización, ciencia al servicio del arte de los postres.

No vemos cómo aunar el oficio de los fogones y la autosuficiencia estricta. Quizá debamos apuntar salvedad, obligados al recordar una de las costumbres que más nos sorprendieron (fueron muchas), en tierras murcianas. Como acompañamiento o tapeo en la barra de locales taberneros, sin distinción de clase ni condición, ofrecían a destajo, sin medida, como quién “tira la casa por la ventana”, habas crudas, sin el mínimo decoro de retirar las vainas siquiera. Magnífica muestra de cinismo mediterráneo. Nosotros no entendemos tal. ¿Cómo puede huirse de la civilización para alcanzar virtud y, por ende, felicidad, sin pasar por el placer gastronómico...? Por esto creemos que no hay cinismo posible en lo gastronómico, y claro está, entre nosotros, tampoco en lo filosófico. El cinismo es imposible…, salvo en Murcia.


©Óscar Fernández

sábado, 26 de octubre de 2013

FILOSOFÍA EN PINTO PARA COMEDIANTES CON HAMBRE


Ha pasado tanto tiempo que quizá convenga recordar que la relación entre gastronomía y filosofía no es solo una ocurrencia, ni siquiera una idea feliz para charlas ocasionales de sobremesa. Es, como poco, una gnoseología. No una, si no la crítica estricta del conocimiento. Y por ende, el correlato a veces, el resultado otras, de una metafísica.Hay potencia en este menú, que nos permitirá evitar el desprecio que por el arte, en sentido moderno, y a favor de la ciencia, en el sentido contrario, cultivó el pensamiento socrático y trajo la decadencia de la tragedia griega, según el amigo Friedrich. Si aceptamos el tópico que prefiere el carácter optimista al pesimista, deberíamos alegrarnos del triunfo de Sócrates o de Eurípides. Pero ante las propuestas del menú he de rendirme. Y, aún a pesar de caer en la peor de las contradicciones, dejarme llevar por el arte de lo inopinado antes que por la dogmática seguridad de la lógica. Vivir, en fin, sin premisas, y sin conclusión necesaria. Porque ¡es hora ya que descubramos el engaño, la gran falacia, que sigamos los consejos de la verdadera sabiduría! ¿Qué queréis ocultar con vuestros juegos?, ¿qué oscuras intenciones, cuando pudiendo decir lo que hay, nos habláis de ensoñaciones? Afortunadamente, en Pinto, saben vivir, y nos ofrecen un menú,… un menú para cenar sin haber almorzado. Pantagruélico, donde los haya. Que deja en minucias los agasajos que recibiera el rey Fernando III, el Santo; que “entre Pinto y Valdemoro” quiso quedar a bien con todos, (según relata la tradición para explicar el famoso dicho). 

Un chuletón con guarnición para cenar nos libra de cualquier comentario en este sentido, pero no resistimos la tentación de apuntar algo acerca del carácter opíparo que muestra la milhoja de solomillo. ¿Será como un carpaccio, que en capas superpuestas, oculte la delicia del foie, o será otro hojaldre más? La asociación desde nuestra infancia de las milhojas con la nata o el merengue remite al postre; pero allá, tendremos la panchineta, típica del País Vasco, que consiste en un hojaldre con almendras, relleno de crema y decorado con azúcar glasé. 
Se muestra abundante sí, pero también artístico este menú; más dionisiaco que apolíneo. ¡Qué decir si no de esa salsa bilbaína que engalana una merluza confitada! Pura poesía, recia como tormenta cantábrica y sorprendente de gambas. ¿Cómo será posible? Si se confunde con la salsa vizcaína, aún será más difícil, pues el sabor del pimiento choricero haría inútil al paladar la sutileza de las gambas. Es una confusión común llamar bilbaína a la vizcaína, desconociendo que aquélla es un aliño de aceite, vinagre y ajo, a menudo con guindilla cayena acrecentada su gracia. Pero no puede ser de gambas. Nos tememos una vez más, un uso confuso de la preposición, tan común en español, y donde se dice “de” se quiso expresar “con”.
Si aún no hemos visto como la crítica del objeto de los sentidos nos lleva a la metafísica, solo hay que ser pacientes y sin desfallecimiento continuar en la indagación. De los entrantes a los postres nuestro menú hace honor a Pinto o “Punctum” (lugar de paso). El centro de la Península, medido, según parece, por los musulmanes, y con lo que algunos pretenden relacionar el nombre de la villa que nos acoge.
Queso en teja que probablemente funda meloso en boca, dulce de la mandarina que equilibre el ácido de la vinagreta para el bacalao, o la Charlotte, refinamiento francés a base de bizcochos de soletilla. Comprendo que eligieran este lugar para el confinamiento de la aristocracia más pudiente aunque caída en desgracia. La “leyenda negra” se remató en Pinto donde, sufrieron prisión la Princesa de Éboli y Antonio López. El siglo XIX, en nuestra opinión, es dialéctica estricta; se debate, por ejemplo, entre el romanticismo y el empuje fabril, entre el tiramisú del postre y los huevos rotos con chistorra, tan proletarios. Entre el bacalao mesetario y el besugo cántabro, se centra la Península en Pinto, que es estación de la segunda línea de ferrocarril puesta en servicio en España, en 1851, Madrid-Aranjuez. Y rinde la casa homenaje en la panchineta a una de los primeros establecimientos que rompieron la tradición agrícola de la villa: en 1854, fábrica de chocolate, “Compañía La Colonial”. Y no hemos caído en digresión historicista, si no que obtenemos constatación metafísica de que no hay distancia entre el ser, lo que hay, y el hacer, es decir, vicisitudes de las almas que habitaron estas tierras, o las que hoy “artistean” entre fogones, para nuestro deleite físico y espiritual.
La recurrente idea de que ha de darse en todo ser humano un despertar a la filosofía, fruto de ese acontecimiento que nos saca por fin de la infancia. Un tomar conciencia de la existencia que obliga a las consabidas preguntas, se nos muestra con claridad meridiana ante la perspectiva de este banquete. Estamos convencidos que, al finalizar el postre, la experiencia habrá sido hasta tal punto radical, que no cabrá otra cosa que mirar de frente y sin tapujos a la vida. Desde la contundencia adornada de hallazgos sorprendentes, en “Las Artes”, vemos clara la solución a esa tensión dramática del ser humano enfrentado a su propia existencia. La filosofía, como actitud vivencial que busca sin descanso resolver la dialéctica tragicómica de la existencia, tiene que hablarnos de la risa. La risa, el más sincero aplauso que busca el comediante. No creemos que haya arte mayor. Aquel que proporciona al hombre descanso, solaz, sin dejar de cultivar el ingenio. Es más fácil enamorar provocando risa que llanto. La risa, hemos leído, tiene por causas, entre quizás otras, lo risible y lo ridículo. Mientras en el segundo caso siempre el objeto de la risa es el hombre, en el primero, cualquier cosa puede ser objeto de chanza. El encuentro con aquello que no estaba en el guión prefijado, es la esencia misma de lo risible. Pues aquí, en nuestro esfuerzo crítico gastronómico, gnoseológico, estamos en esa misma diatriba y ante su solución. Un menú que nos lleva a la metafísica, nos habla del ser, o del deber ser, mejor dicho. Será deambular desde “un cenar que exige no almorzar”, de los primeros y segundos, a “un ríase a los postres”. Disfrutaremos de las glorias de los fogones de Pinto, tomando conciencia de la levedad del tiempo, (pasará deprisa, como todo lo bueno), metáfora de la brevedad de la vida. Repararemos que la tragedia está en las ausencias, y, la comedia, en los “peta zetas”.
©Óscar Fernández

miércoles, 19 de junio de 2013

PESIMISMO Y FILOSOFÍA

SÍNTESIS DE LA PONENCIA PARA EL XIII ENCUENTRO FILOSÓFICO-GASTRONÓMICO

EL PESIMISMO EN LA FILOSOFÍA O ¿POR QUÉ NADIE DEBERÍA SER FILÓSOFO?

El pesimismo no es un simple estado de ánimo. La antinomia pesimismo/optimismo se refiere a estados de ánimo, y dejamos que sean los psicólogos quienes lo traten. El pesimismo es una actitud, la única racional posible, y a la que no encontramos alternativa. Pesimismo metafísico y social se reducen al antropológico, porque el único ser que nos interesa es el ser humano concreto. El problema del mal o la sociedad negativamente considerada, son temas que quedan incluidos en el pesimismo antropológico. Éste se fundamenta en una concepción del ser humano sin posible explicación de si mismo, una existencia sin sentido, desesperado en la angustia de su libertad, ante la perspectiva de la nada y la muerte.

La filosofía profesional no resuelve nada, más bien agrava esta consideración angustiosa de la vida. Proponemos la superación o integración el pesimismo, en un modo de trascendencia, un salir de uno mismo, un escapar del egoísmo que está en la base del pesimismo Este modo de trascendencia, de elevarse sobre el sinsentido, no es religioso o teológico necesariamente. Es la entrega a los demás. Entregarse al otro, escucharle mirándole a los ojos, para olvidarse de uno mismo.

sábado, 15 de junio de 2013

PESIMISMO Y FILLOAS

Conociendo de antemano lo que tras la cena nos espera y teniendo en cuenta el número de mal agüero que este aperitivo trae, conviene que sea lo más breve posible (no vaya a ser que se nos indigeste), y así lo hemos procurado.

Puede que nos preguntemos, no sin razón, si es posible el pesimismo ante unas filloas de marisco, un pulpo “a feira”, unas croquetas de jamón ibérico, o un entrecotte de buey gallego.
– Pues no. Claro está.
– O sí, todo depende.
Veamos. Pocas vivencias proporcionan certeza mayor y más satisfacción que la experiencia de la insaciabilidad del deseo. Y dirán, “no lo entiendo”, y es lógico, porque es justo lo contrario de lo que habitualmente se piensa. Nos explicamos.

Las filloas, tomemos por caso, son el recuerdo de un tiempo de abundancia, pues originalmente se cocinaban en época de la matanza del cerdo, con la sangre del animal sacrificado. Hoy se nos presentan rellenas de marisco, un lujo, una superabundancia de exceso y opíparo disfrute. Pero no se puede comer así siempre. No sería deseable, porque el disfrute del placer, sin medida, es la antesala de la desesperación. Es decir, que o lamentamos que somos insaciables y pretender saciarnos es inútil, o nos convencemos de que no hay mayor felicidad que las del placer gastronómico, que puedes disfrutar hoy y también mañana.

Quizá aún no me comprendan. A ver así.

Iban dos por la calle y le dice uno al otro:
– ¿Cuál es el animal que después de muerto da vueltas?
El otro dice:
– No sé, no hay ninguno.
Y el primero contesta:
– El pollo.
.......
– ¿Cuál es el animal que come con la cola?
– No sé.
– Todos. Ninguno se la quita para comer.
............
Piticlín, piticlín...
– Telepizza, digame: ¿qué desea?
– ¡Magdalenas! No te digo.
......
– Mi madre esta enfadada porque me gustan los bocadillos.
– ¿Por qué? ¡A mi también me gustan!
– ¡Ah sí!, pues si quieres ver mi colección... Tengo más de 700 en casa.
.........

Si por pesimismo entendemos un estado de ánimo, entonces bastarán unos chistes para cambiarlo, por ejemplo. Pero si hablamos de pesimismo en serio, éste solo puede darse por dos motivos que ahora puedan preocuparnos: O no nos fiamos de las cocinas, y creemos en la ley de Murphy; o estamos convencidos que nos hastiaremos de intentar satisfacer nuestras pasiones, sabiendo que somos insaciables. Es tan fácil darse cuenta que estando donde estamos y después de la experiencia el primer caso, es imposible, que tratar lo segundo, perdónenme, me da pereza. ¡Qué optimista!, dirán, y eso sí lo admito, porque el optimismo es un estado de ánimo, (y las expectativas de la cena lo favorecen), pero el pesimismo en serio, no. No es un estado de ánimo. Unas filloas de marisco jamás pueden ser motivo de pesimismo auténtico. El mal entendido pesimismo que esgrimen los hedonistas es falacia. Al menos con los placeres gastronómicos.

El placer gastronómico es el único seguro garantizado de por vida, tres veces al día como mínimo, y si quisieramos poner un poco de voluntad, como hoy nosotros ponemos en la práctica aquí, nunca defraudará. Siempre satisface, siempre llena. Entre humanos llena en los dos sentidos, física y espiritualmente.

Confunde el hedonismo un estado de ánimo, voluble y cambiante, con el pesimismo de verdad. Y unas filloas de marisco o un entrecotte de buey, para quien sabe comer, nada tiene que ver con el pesimismo; al contrario, como hoy nosotros nos hemos propuesto, sera el prólogo que abrirá el camino para asumir nuestra condición (y ser más sabios), o descubrir el camino de la nuestra propia redención (y estar salvos).

Hagámos auténtica filosofía disfrutando. Comprendamos, haya o no sentido, angustiados o no por la responsabilidad de ser humanos, que las filloas, el pulpo, la merluza, cambiarán nuestro estado de ánimo, pueden hacernos optimistas, elevarán cuerpo y espíritu, nos reconciliarán ahora con nosotros mismos,... Pero... no cambiarán, que tal vez mañana, no habrá quien recuerde que aquí las disfrutamos.

Esta es la auténtica realidad de nuestra indigencia, y a la vez nuestro poder. Que sabemos el justo valor de las filloas (del placer) y estamos dispuestos a hacerles el homenaje que merecen. Que conocemos quiénes son los otros, con quien las disfrutamos y mirándonos a los ojos, nos agradecemos el estar aquí, juntos, para pensarlo. Nadie podrá robarnos, ni la muerte, que comimos filloas y nos amamos.
©Óscar Fernández

domingo, 26 de mayo de 2013

Frases pesimistas

  1. «Ningún dolor más grande/que el de acordarse del tiempo dichoso/en la desgracia», Dante Alighieri, «La divina comedia»
  2. «La naturaleza lleva al hombre a desprecia a quien lo trata con respeto y a reverenciar a quien lo hace sin concesiones», Tucídides, «Historia de la guerra del Peloponeso»
  3. «Se sabe que en las grandes cortes hay otro modo de medrar: plegarse», Charles-Maurice de Talleyrand
  4. «Es conforme al ordinario curso de las cosas que no trate uno de evitar nunca un inconveniente sin caer en otro», Nicolás Maquiavelo, «El Príncipe»
  5. «La sociedad ejerce una tiranía social más formidable que muchas de las opresiones políticas [...] pues penetra mucho más en los detalles de la vida y llega a encadenar el alma», John Stuart Mill, «Sobre la libertad»
  6. «La fantasía humana, hostigada por ese instinto irreprimible de jerarquía, inventa siempre algún nuevo tema de desigualdad», José Ortega y Gasset,«La rebelión de las masas»
  7. «Creo que toda acción es fundamentalmente inútil y que el hombre ha frustrado su destino, que era el de no hacer nada», Emil M. Cioran
  8. «Tal nos parece, por instantes, que hayamos sido lanzados de España para que seamos su conciencia; para que derramados por el mundo hayamos de ir respondiendo de ella, por ella», María Zambrano, «Carta sobre el exilio»
  9. «... del amor no sabiendo o no pudiendo desenlazarse, ni sabía morir ni le aprovechaba vivir», Boccaccio, «Decameron»
  10. «Esos transeúntes idiotizados... ¿Pero cómo hemos podido caer tan bajo?», Emil M. Cioran

domingo, 12 de mayo de 2013

Los 20 aforismos de Jean-Anthelme Brillat-Savarin

"Fisología del gusto". París, diciembre de 1825.

  1. El Universo no es nada sin la vida, y cuanto vive se alimenta. 
  2. Los animales pacen, el hombre come; pero únicamente sabe hacerlo quien tiene talento. 
  3. De la manera como las naciones se alimentan, depende su destino. 
  4. Dime lo que comes, y te diré quién eres. 
  5. Obligado el hombre a comer para vivir, la Naturaleza le convida por medio del apetito y le recompensa con deleites. 
  6. La apetencia es un acto de nuestro juicio, por cuyo intermedio preferimos las cosas agradables. 
  7. El placer de la mesa es propio de cualquier edad, clase, nación y época; puede combinarse con todos los demás placeres y subsiste hasta lo último para consolarnos de la pérdida de los otros. 
  8. Durante la primera hora de la comida la mesa es el único sitio donde jamás se fastidia uno. 
  9. Más contribuye a la felicidad del género humano la invención de una vianda nueva, que el descubrimiento de un astro.
  10. Los que tienen indigestiones o los que se emborrachan no saben comer ni beber. 
  11. El orden que debe adoptarse para los comestibles principia por los más substanciosos y termina con los más ligeros. 
  12. Para las bebidas, el orden que debe seguirse es comenzar por las más ligeras y proseguir con las más fuertes y de mayor aroma. 
  13. Es herejía sostener que no debe cambiarse de vinos; tomando de una sola clase la lengua se satura, y después de beber tres copas, aunque sea el mejor vino, produce sensaciones obtusas. 
  14. Postres sin queso son como una hermosa tuerta. 
  15. A cocinero se puede llegar, empero con el don de asar bien, es preciso nacer. 
  16. La cualidad indispensable del cocinero es la exactitud; también la tendrá el convidado. 
  17. Esperar demasiado al convidado que tarda es falta de consideración para los demás que han sido puntuales. 
  18. No es digno de tener amigos la persona que invita y no atiende personalmente a la comida que ofrece. 
  19. La dueña de la casa debe tener siempre la seguridad de que haya excelente café. Y corresponde al amo cuidar que los vinos sean exquisitos. 
  20. Convidar a alguien equivale a encargarse de su felicidad en tanto esté con nosotros.

ANGUSTIA POR LOS ENTRANTES


En el menú que hoy nos han preparado encontramos, la habitual distinción entre las entradas que se comparten por un lado (Ensalada O Camiño, Fritura de Chopitos y Boquerones, Huevos Rotos con Patatas y Jamón); y los segundos platos, que por otro son a elegir. Elección entre Chipirones con Habitas y Jamón, Bacalao al horno, Rabo de toro o Callos a la Madrileña. Es en esta elección, donde podemos conectar con uno de los temas que, probablemente, ocupará nuestras discusiones en este decimosegundo encuentro. Sin ánimo de robar protagonismo a quien debe tenerlo, haciendo honor al espíritu del aperitivo, permitiendo, por tanto, sólo degustar en pequeños bocados la síntesis entre el sentir del paladar y el análisis de la razón, abriré nuestro aperitivo con una cita del autor de esta noche: “la angustia es el vértigo de la libertad”

Efectivamente, no sé qué produce en mi más angustia, si encontrarme una vez más gastronómicamente desubicado, enfrentado en un espacio que se presenta gallego con platos de otros lugares de la ibérica península; o los rigores del abismo que anuncia una presumible digestión interminable. Vayamos por partes, desmenuzando la aplicación del concepto kierkegaardiano a cada una de las citadas presunciones. 

Angustioso es no encontrarse, o como aquí nos sucede (y no es la primera vez), tomar “o camiño” a Santiago y tras la “cabezadita de rigor” verse en Córdoba o Granada. Nos cuesta encontrar la referencia gallega en las frituras o en los huevos rotos de las entradas, pero más que difícil, imposible será en la elección de los segundos, pues todo el mundo sabe que el guiso de rabo de toro tiene origen cordobés (y no tiene la raíz taurina que exije el plato arraigo cultural entre historias de meigas y trasgos); y que los callos, si se anuncian a la madrileña, plato gallego solo lo será por el origen del chef, señor o señora de los fogones de esta casa. Ni el chipirón, ni el bacalao, suplirán la carencia celta, puesto que el primero cocinado con habitas y jamón huele de lejos a condumio mediterráneo; y el bacalao es recurso pesquero para los rigores del interior mesetario, aunque parezca una contradicción. En fin, que para salvarnos de la angustia espacial habremos de dar “un salto de fe”, fijarnos en la coincidencia temporal, y así convenir que en las fechas que nos encontramos es de agradecer que el oficio de los gallegos se ponga al servicio de las fiestas isidriles. Hacemos acto de fe con que el rabo sea efectivamente de la corrida de ayer en la Monumental de Las Ventas, y nos esperanzamos en unos callos, que engalanados de chulapos con su chorizo y morcilla, nos recuerden que como se come en Madrid no se come en ningún sitio, al menos como en San Isidro. 

Vamos a insistir en los dos guisos, pues para cenar nos parecen de un atrevimiento, ¡de una osadía!, que va más allá del mero placer gastronómico y quizá nos acerque peligrosamente a un precipicio moral. En primer lugar, un detalle que parece baladí y es capital para cualquier buen comensal que se precie. La salsa, que acompaña al rabo, la que se obtiene del cocimiento pausado de éste con las verduras, ¿debe presentarse en el plato, tal cual sale de la marmita, o aprovechando la untuosidad gelatinosa que la carne aportó, debe “pasarse” para que se muestre como una salsa estricta, algo espesa sí, pero sin tropezones verduleros? ¡Ah dilema, dónde los halla! ¡Dilema cómo jamás habría imaginado el más diletante de los existencialistas! Yo siempre he sido partidario de la segunda opción, y temo sea por glotonería, lo que abundaría en señalar al guiso cordobés como antesala de la pérdida de la conciencia moral. Y elegir rabo de toro podría ser apostar por cierta amoralidad, hacer desparecer la certeza del segundo de los “faktum” kantianos. Un modo de eludir la conciencia moral se me ocurre, y disolver la angustia, pues ya dijo Shopenhauer: “la filosofía es un saber en cierto modo despiadado, no edificante; ha de servir no para hacer más fácil nuestra angustiada vida sino para agravar esta característica, porque exagerar que la vida es angustiosa, es lo único continuador de Kant”. ¡Entreguémonos al rabo de toro y librémonos de la filosofía! 

Por otra parte, es ocioso entretenerse en el análisis del placer que las virtudes madrileñas otorgan a los callos, todas ellas adornadas de las peores grasas posibles en un mundo colesterolmente correcto. Así optar por callos o rabo es kantianamente lo mismo y lo contrario. La elección es angustia, pues, o nos libramos de ella por el camino de la perdición moral, entregados a los placeres sensuales de las grasas, por una digestión que haga pagar los excesos del pecado original de una cena desmedida. O asumimos la angustiosa condición humana, negándonos los guisos en un acto supremo de autonomía moral, sin esperar nada a cambio; actitud ética que vendrá de la mano de los chipirones o del bacalao, menos contundentes y de más fácil digestión. No parece que ninguno de los dos vaya a dar al traste con el imperativo moral, y podremos vivir angustiadamente humanos, pero por otros motivos. No será angustia por el estómago castigado, será angustia por la inevitable elección, ejercida por deber. 

Concluyamos. Nos parece que efectivamente la vida humana es una angustia desde el mismo momento de la toma de conciencia de uno mismo y su exigencia de elegir. Que cuando el maitre nos ponga ante el dilema, nos pregunte qué queremos de segundo, y no contento con dos opciones, nos muestre hasta cuatro, habremos crecido irremediablemente. Echaremos de menos el momento infantil de los entrantes. Añoraremos nuestra verdadera patria, cuando solo existía presente, sin proyectos, y aún no había memoria del pasado. Cuando compartíamos como hermanos ensaladas, sin saber que hay un final inevitable. Creídos que todo el tiempo era un instante de huevos rotos, metáfora gloriosa del juego infantil, sin reglas, siempre reprimido por adultos empeñados en que no se juega con la comida en el plato. Sin necesidad de decisiones, sin conciencia de lo que hacíamos, entre chopitos y boquerones, al unísono, sin tener que elegir, ¡como niños, sí!, ¡sin conciencia, sí!, ¡pero felices! 

La verdadera angustia no es el vertigo de la libertad, es conciencia de que los entrantes no volverán.
©Óscar Fernández

domingo, 14 de abril de 2013

MENU EXISTENCIAL VERSUS GRACIA MEDITERRÁNEA

A requerimiento de nuestra amiga, pero a nuestro pesar, por motivos que ya tuvimos ocasión de expresar, y sin que sirva de precedente, pero conscientes del compromiso y temerosos de no ser capaces de satisfacer las expectativas tan amablemente expresadas, vamos a tratar de dilucidar, con brevedad, algunos aspectos de las propuestas del menú, que muy posiblemente suscitarán algunas curiosas cuestiones en relación con el tema que tenemos comprometido para este encuentro. 

De entre las inquietudes que parecen despertar las denominaciones de algunos de los platos, nos resulta especialmente atrayente el goulash. Plato muy especiado, originario de Hungría, elaborado con carne de cerdo, cebollas y manteca o tocino. Hasta el siglo XVIII no se incluyeron en este plato productos originarios de América, y que sin embargo, han terminado, erróneamente, por identificar el plato: la patata, el pimiento, pero especialmente, el pimentón. El nombre proviene del húngaro gulyás, “boyero” o pastor de bueyes. En origen, el plato se cocinaba hasta reducir completamente el caldo, para posteriormente secar la carne al sol y embutida en tripa, servir de sustento fácilmente transportable durante la trashumancia. En el momento de su consumo vuelve a agregarse agua, más algún otro ingrediente, y en función del momento, el guiso resultaba más semejante a un ragú (en los fríos rigores del principio de la temporada) o a una sopa. Se extendió el plato desde Viena a todo el Imperio Austrohúngaro, al popularizarlo un regimiento mayoritariamente formado por pastores de la estepa del Hortobary (en la Hungría oriental). Los húngaros consideran al "Goulasch" vienés, con ternera y pimentón, y con harina o nata para ligar el caldo, como una versión edulcorada del auténtico goulash. El goulash es contundencia centroeuropea alejada del mar, exigencia nutritiva en el rigor invernal, difícilmente compatible con los usos vegetarianos. Pensamos que el goulash vegetariano, un guiso sólo de verdura, es una burla del nombre que toma, aún peor en lo moral, que la versión vienesa, aunque sea de setas de temporada. Es como una metáfora del existencialismo literario de salón, burgués, versión endulzada del vitalismo, auténtico enfrentamiento con la propia existencia, con la vida. No imagino yo a recios magiares de las estepas enfrentándose a su existencia con una sopa de verduras,... ni de setas de temporada. 

Metidos ya en harina, en filosofía existencialista queremos decir, siempre nos ha intrigado el famoso aforismo de Sartre, hoy convertido en un tópico: la existencia precede a la esencia. Nos preguntamos ¿precede como el plato al condumio, es decir, una anterioridad estrictamente temporal? Lo contrario es un absurdo, y recuerda el famoso espectáculo cómico de Tip y Coll explicando cómo debía llenarse un vaso de agua. Es cierto que sin existir no podemos llegar a ser lo que somos o mejor dicho, seremos, es decir, llegar a definirnos, conquistar nuestra esencia. No puede haber albóndigas de atún en caponata de verduras (¡¿otra vez?!), sin plato, antes. Hay por tanto nos parece una anterioridad ontológica. Pero en este sentido la existencia está siendo considerada ya con un cierto contenido, es algo más que un continente vacío. Sólo existir no garantiza el poder llegar a ser. Debe haber algo más. Hay que llenar el plato para comer. No basta existir para vivir. El aforismo se nos antoja algo escaso. Nos tememos que ni la existencia es, ni la esencia es, propiamente, pues aisladamente consideradas carecen de contenido. Se preguntan ¿qué relación tiene esto con las inquietudes de nuestra compañera? Ahí vamos. La caponata o “capunata” es un plato típico de la cocina siciliana. Algunos lo comparan con el pisto o la sanfaina catalana, pero nosotros no vemos la semejanza pues lo característico de este plato está en el vinagre, en el sabor agridulce de influencia musulmana. Como musulmana es también la introducción de la berenjena (su ingrediente principal) traída de la India a partir de 1600. Coincidencia sí de ingredientes, que junto con el tomate, se hacen en fritura o sofrito en sarten. A propósito, conviene aclarar la distinción entre sanfaina y escalivada, en la primera se sofríen las hortalizas, como ya se ha dicho, en la segunda se asan. Pero escasas, como el aforismo de Sartre, serían las albondigas de atún sin el hallazgo del acompañamiento meditarráneo clásico de la berenjena en sofrito. Quizá por esto prefiero al Unamuno vitalista que al Camus existencialista. Hay que encontrar en nuestro debate de hoy algo que adecente la escasez de contenido de la existencia existencialista. Gracia mediterránea para ocurrencias de menús existenciales.
Finalmente, nos enfrentaremos al reto mayor: los durmientes del bosque. El diccionario nos aclara que durmiente, además de la primera acepción, es el madero colocado horizontalmente y sobre el cual se apoyan otros, horizontales o verticales, y la traviesa de la vía férrea en América Latina. Quizá nuestras croquetas (¡otra vez de verdura, por Dios!), se denominen así por su forma o su disposición en el plato. Más original sería en cambio que se refiriera a los “Siete Durmientes de Éfeso”, mártires del siglo III, que, encerrados, según la leyenda, en una caverna por el emperador Decio, se sumieron en un sueño milagroso que duró dos siglos, hasta el reinado de Teodosio II. Voltaire, con impía intención, pensó que el milagro hubiera sido más eficaz si hubiesen despertado antes de que el Cristianismo se impusiera en el Imperio Romano, cuando todavía quedaban escépticos que convencer. La leyenda milagrera se las traía, por eso en 1969 desapareció del santoral católico. ¿Serán siete las croquetas como los durmientes? Quizá los vegetales en las croquetas justifiquen que se llamen del bosque, en este caso, nosotros más bien habríamos dicho durmientes de la huerta. En fin, en cualquier caso, cumplen con la aportación principal de Albert en “El extranjero”: el absurdo. Unas croquetas que son durmientes del bosque, que no son ni de jamón, ni de bacalao, ni ,¡oh, grandiosas ellas!, de las carnes del cocido, de “la pringá”. ¡No! ¡Son durmientes del bosque, hechas de vegetales, absurdo sin sentido, croquetas amorales, un sindios, croquetas que ni su nombre las explica, como el esperar la muerte para poner fin a una existencia vacía! Afortunadamente discutir el existencialismo no obliga a compartirlo, y quizá frente a los durmientes, nos redima del absurdo la tortilla de camarones (en plural), con todo el nutriente del huevo, con todo su sabor a mar.

©Óscar Fernández

miércoles, 10 de abril de 2013

¿TRAÍDOS O ARROJADOS AL MUNDO?

Jesús A. Marcos

Se suele considerar a Martin Heidegger el autor de mayor relieve dentro de la filosofía existencialista. No tenía Heidegger la facilidad literaria de Camus o de Sartre, que, además de por sus escritos filosóficos, son conocidos y relativamente populares por sus aportaciones a la novela y al teatro, de las que son buen ejemplo “El extranjero”, que nos servirá de motivo para el XI Encuentro, y “El malentendido”, que pudimos ver hace poco en el teatro. Sin embargo, no le faltaba a Heidegger olfato literario y a ello atribuyo el éxito de expresiones que se han hecho universales, sin duda por el impacto emocional y hasta visual que producen. O bien directamente o bien por ocurrentes reelaboraciones de sus traductores y seguidores, Heidegger ha hecho famosas definiciones tan contundentes como la de que somos un “ser-para-la-muerte” o un ser “arrojado al mundo”.

Precisamente, quisiera comentar brevemente el alcance de esta última expresión, por si pudiera abrir cauces para nuestro próximo Encuentro. Para mí, es una manera de entender nuestra relación con quienes nos trajeron a la vida y con todo lo que nos rodea que se opone a lo que me habían enseñado en mi familia y en mi ambiente escolar. Lo que yo había aprendido es que somos “traídos” al mundo de manera cordial, por un acto de voluntad de nuestros padres y de acuerdo con los planes benefactores de Dios. Si “nos traen” al mundo es porque el mundo es bueno o, al menos, nos compensa su paso por él, y nuestros padres o la divinidad, supliendo nuestra imposible decisión previa a nuestra existencia, nos dan la gran oportunidad de vivir. Pero, si “nos arrojan” al mundo, se está diciendo que se nos fuerza a vivir, que, como poco, hay un componente de violencia en lo que nos empuja al mundo. Y también se nos dice que, una vez en él, se nos obliga a elegir y decidir, querámoslo o no. Para colmo, puede entenderse que la elección sea, en último término, sólo de caminos pata huir de la presión de los demás y de la amenaza de la muerte. El protagonista de “El extranjero” vive, precisamente, en esa condición de arrojado, de echado (de “yecto”) sin compasión a las arenas ásperas del mundo.

Unamuno decía que él no había nacido, sino que le habían nacido. Esto es indudable. Pero, más allá de ese inicio, cada uno juzgamos, me parece, nuestro existir inclinándonos o bien hacia el sentimiento de haber sido “arrojados” a la vida en el mundo, con un matiz de negatividad que pretende coincidir con cierta madurez, o bien hacia el sentimiento de haber sido “traídos”, más benévolo y cariñoso, pero, quizá, algo infantil.

miércoles, 3 de abril de 2013

“AIRE” DE MORCILLA Y EXISTENCIA

Cuando la existencia (no, más bien mi existencia) se muestra como fenómeno, libre de aditamento o aderezo, en una especie de epifanía misteriosa (todas las epifanías deben serlo, ¡a ver si no a qué viene semejante término!), tengo la impresión de estar ante una especie de farsa, de mascarada, de triste mimo teatral, con su inevitable pose dramática. Pero,…, eso al fin y al cabo, solo una pose. 

Díganme sino los amables lectores (que lo son por el solo hecho de leer esto), si en cumplimiento del programa fenomenológico logramos que se muestre solo el fenómeno, y éste resulta ser nuestra existencia (que no el ser), sin otro adjetivo que su contingencia, ¿qué otra cosa podemos hacer que quedarnos como estábamos?, es decir sin nada. Lo cual no deja de tener su parte de verdad descubierta (y en esto agradecemos a Edmund su aportación); verdad manifestada, aparecida, de que no somos nada, puesto que nuestra existencia no es nada de hecho, en acto. Está por hacer. Por ser, no es. Y probablemente todo lo que pueda ser, será adquirido, adjetivado a través de la experiencia. Tengamos cuidado entonces con lo que experimentamos. 

Debemos hacer honor al foro en el que nos encontramos (“El Fogón…”) y usar de la metáfora adecuada para que se nos comprenda. ¡Vamos a ello! 

Imaginemos a uno de los próceres cocineros, que en los tiempos que corren tienen más predicamento que el propio Husserl y mucho más éxito, por supuesto, que los tristes literatos existencialistas (triste Albert, sin un motilium u omeprazol que llevarse a la boca); imaginémoslos, decimos, tratando de convencernos de que toda la esencia de su propuesta culinaria consiste en el aparecer del “aire” o la “espuma”, aunque sea de morcilla burgalesa. Pues si se queda solo en eso, en el aparecer, en el fenómeno del “aire” o la “espuma” (¡cuánto daño está haciendo el CO2 al alcance de cualquiera!), probablemente estaríamos de acuerdo que queda en nada. Eso sí, gran parafernalia dramática, puesta en escena de ópera romántica si hace falta, pero ¡ya está!, ¡se acabó!, no hay más.
-“Aprecie usted la ligereza de esta espuma de morcilla burgalesa”. Y uno se encuentra tratando de comportarse como sus abuelas le enseñaron, sin que se le note a uno que es de pueblo, o de barrio, y puestos todos los sentidos en la degustación, mientras el espíritu  de uno (¡y las entrañas!) se rebelan clamando por la sangre, el arroz y las especias, que han hecho de Burgos ciudad más afamada que por su catedral o el Camino que por allá pasa. 

Cuando antes de que la Parca llegara a tocar su puerta aprendí de mi abuelo Manuel que la existencia (como todo) se hacer ser en la experiencia, que solo puede comunicarse, manifestarse, ser auténtico fenómeno, lo que tiene materia, sustancia. Propongo entonces que la puesta en escena sea solo eso, estricto aderezo, unas rodajitas de morcilla bien tratada en la brasa acompañadas con una corona circundante de espuma de lo que sea (que estando ella allí, la morcilla, ya da igual). 

Existencia sí, pero adornando mi experiencia vital. Así sí, aceptamos el adorno dramático, para encontrarnos con ustedes, que en este texto, en este foro, son algo más que un ejemplo, son el sentido mismo de su existencia.

miércoles, 20 de marzo de 2013

LA ÚLTIMA TENTACIÓN DEL PAPA

El cardenal polaco Stanislaw Dziwisz sugería -me parece que así era, a pesar de posteriores y corteses desmentidos- una cierta descalificación moral de Benedicto XVI, al contrastar su renuncia al pontificado con la entrega de aquellos papas que no se han bajado en vida de la cruz. La rancia expresión me llevó a recordar “La última tentación de Cristo”, aquella magnífica novela de Nikos Kazantzakis que convirtió en película Scorsese. La obra de Kazantzakis, además de desbordar de ideas y de situaciones que invitan a recrear y rehacer de manera original lo transmitido por la tradición eclesiástica, sostiene la tesis de que Cristo fue tentado, in extremis, para que renunciase a su condición divina y descendiese de la cruz para limitarse a desarrollar una vida humana convencional. El Cristo de Kazantzakis consigue, finalmente, vencer la tentación y aceptar definitivamente la cruz. Según me parece, en esa línea argumental, Dziwisz se inclinaría por creer que el Papa ha sucumbido a la tentación. 
Sin embargo, manteniéndome en el terreno de las conjeturas o especulaciones que, a pesar de su carácter ficticio, poseen una fuerza simbólica, quisiera dar la vuelta a ese punto de vista. A Cristo, puesto que su naturaleza era divina, se le exigía no conformarse con lo meramente humano. Pero es que el Papa no es Dios y bien podríamos argumentar que, acaso, su última tentación sea la invitación a considerarse tal. No es su misión la de morir en la cruz para redimir al género humano, sino la más modesta de atender a las necesidades de acompañamiento y auxilio de mujeres y de hombres de cualquier condición y a las necesidades de organización y de renovación de la Iglesia a cuyo frente ha sido puesto. 
Por otro lado, la tentación de creerse Cristo crucificado choca desde hace siglos con la imagen principesca de los Sumos Pontífices y de su corte. Si hay crucificados que reproduzcan el sufrimiento de Jesús de Nazareth, no parece verosímil que se hallen entre los jerarcas del Vaticano. Las vidas de los pobres de la Tierra, de los que sufren enfermedades sin remedio o de los que soportan persecuciones o torturas son las auténticas cruces de este mundo y, además, a ellas o de ellas no se sube ni se baja por libre decisión. 
El Papado debe abandonar su empeño de mantenerse en lo mítico. 
Quien ocupe la Silla de San Pedro debe aceptar sus límites humanos y los consiguientes acotamientos de su misión. Ha hecho bien Benedicto XVI dejando su cargo, como un hombre razonable, cuando ha entendido que su misión humana había concluido y que, tras él, habría muchos capaces de completar tareas para las que a él no le quedaban fuerzas. Como escribió Camus y parece especialmente apropiado para las instituciones y situaciones que tratan de perpetuarse mediante la grandilocuencia, hay que aprender a vivir y a morir y para ser hombre hay que negarse a ser Dios. 
El nuevo Papa, Francisco, parece haberse propuesto continuar el camino desmitificador de su antecesor. Pero debe mantenerse alerta. La proximidad, la cercanía humana que ha mostrado estos primeros días, puede, efectivamente, ser el comienzo del abandono de los modos y las distancias cesáreas. Pero también puede sugerir una narración fundamentalista protagonizada por la exaltación de la pobreza. Desde mi punto de vista, la pobreza es mala y debemos luchar porque ningún hombre tenga que padecerla. Y ese empeño debe ser un empeño compartido, en el que los santos, si los hay, deben tener como meta que la santidad sea cosa de todos y, como propósito, no sólo que el bien sea para todos sino que todos seamos capaces de generar el bien.
Jesús A. Marcos

martes, 5 de marzo de 2013

El malentendido

Aquí dejamos la aportación, en formato de video, de nuestro Presidente, para los que no pudieron asistir al teatro, y tengan, a pesar de nuestras advertencias, ganas de echar un vistazo a la obra.


sábado, 2 de febrero de 2013

Albert Camus (para el 11º Encuentro)

Las propuestas para el debate en el Décimo Primer Encuentro (o Undécimo, u Onceavo, según reciente teoría que afirma que no hay varios encuentros sino que es uno solo dividido en partes), sobre el existencialismo.
Nuestra próxima ponente propone la lectura de "El extranjero" de Albert Camus. Y el Vicepresidente el visionado de los vídeos que pueden encontrase junto con éste:


sábado, 19 de enero de 2013

UN MENÚ SORPRESA O EL VALOR DE LO INDETERMINADO

Pedíamos en el anterior estar a la altura para el décimo, pero éste, nuestro no poco esforzado trabajo, cada vez se muestra más complejo. Una complicación impuesta por dos caminos. Uno, el de las expectativas del respetable, que cada vez cuesta más satisfacer, pues ha aprendido el noble arte de degustar el aperitivo y espera que cada bocado sea más sugerente que el anterior. El otro camino se pensó para comodidad del autor (partir de las sugerencias del menú para cumplir los fines del presente) y se ha tornado en vereda angosta y peligrosa. Véase el actual ejemplo. Al contemplar la oferta del menú residencial, en seguida quise escapar a la búsqueda de algún plato señero de la amplisima gastronomía patria, o foránea, para desentrañando sus misterios sensoriales alcanzar las glorias de la razón. Podríamos entretenernos con las infinitas alternativas de los arroces mediterráneos tan variopintos, multiformes, que no se nos ocurre alegoría mejor de la vida recién iniciada: un mundo de posibilidades por descubrir. Quizá algún guiso cocinado en barro al amor de la lumbre. Con olores de leña y matanza, espesos de legumbre y tiempo, mucho tiempo, que viendo pasar la horas parece no conocer del fin inevitable. Pero no. Seamos valientes, y aceptemos el reto de este menú. Un menú sorpresa. Enfrentémonos al abismo de lo inopinado, al túnel de lo desconocido, a la incertidumbre de un futuro sin asideros.

Debe haber, entre la exageración barroca que no ha mucho tiempo se imponía en las cartas de las casas más modernas (¿recuerdan ustedes el solomillo de pato a la parrilla con compota de manzana y reducción de módena?) y el minimalismo de la propuesta actual; debe haber, digo, un virtuoso término medio aristotélico, con sentido común. Permítanme reparar en que prácticamente todo lo que puede decirse con sentido común, o casi simplemente con sentido, parece ser aristotélico. Obviedades. ¿Puede la potencia ser otra cosa que lo que puede llegar a ser y el acto lo que de hecho ya es? Ahí lo dejo. ¡Para obviedades estamos! Quizá gustase este menú al Estagirita porque dice lo que tiene que decir, ni más ni menos.

Crema de ave, pero ¡¿qué ave?! Croquetas de pescado, pero ¡¿cuál?! Pastel de carne, pero... Ya se ha entendido. Mucho nos tememos que el complemento del nombre “de ave” oculta el aprovechamiento de un triste caldo de pollo, que si fuera de caldo de gallina, otro gallo cantaría. Enero nos parece ya un poco tarde para las carnes de caza, aunque la caza sea menor y de pluma. Una crema de faisán se nos antoja improbable, pero hay que reconocer que tendría un empaque aristocrático sujerente, que, por otra parte, poco tendría que ver con una cena de residencia estudiantil.

Lo mismo podríamos decir de las croquetas o del pastel, pues muy diferente será mezclar la bechamel con un pescado que con otro, o hacer simplemente un pastel con cualquier carne picada o profesar lo que en Murcia es una religión (sin el casi), ¡cuidadito con lo que metemos en el pastel de carne! Yo propondría el tradicional bacalao para las croquetas, señor de nuestra Meseta, donde la dificultad de alcanzar la costa y el hallazgo de su conservación en sal, minimizó los rigores de una España pobre o permanentemente en Cuaresma; mejor que de merluza que me parece algo insulsa (y cara) para unir con bechamel. Para el pastel es de rigor mezclar carnes de vacuno y cerdo, con aporte de grasa, para garantizar que no quede seco. Si fuese murciano el pastel, váyanse ustedes preparando, porque incluirá huevo duro, alguna chacina y quién sabe que más, más allá y más lejos de las 600 calorías por plato (sin exagerar). Pero hay que esperar. No sabemos que nos depararán las croquetas y el pastel. Son metáfora del curioso fenómeno de la transmutación de los entes.

Me explico. Transmutación óntica, la modificación de un elemento químico en otro. La pretensión del alquimista, que la ciencia moderna ha explicado con las reacciones nucleares. Podemos convertir el plomo en oro, pero con tal gasto de energía, que sale carísimo. Parece suceder con frecuencia que los accidentes toman el protagonismo frente a la sustancia. Que lo que parece accesorio es en realidad esencial, donde lo aparente es el individuo y lo real su cualidad.  Las croquetas son la sustancia y el pescado el ingrediente, el añadido. Así, con todo. La crema es el individuo, que es de pollo o faisán. Nos asaltan dudas sobre el verdadero ser de la croqueta si fuera de nada. Una croqueta que pierde su ingrediente no es croqueta, transmuta en absurdo. ¿No les parece transmutar un pastel cambiar su contenido? o ¿diremos que es lo mismo el pastel de carne murciano que el cinematográfico de arándanos? Si desconocemos el ingrediente o se lo quitamos, si eliminamos este accidente y lo cambiamos por otro, sucede la transmutación. Pero nosotros no llegamos a tanto. No es que vayamos a asistir a alquimias mágicas con la crema o el pastel, simplemente estamos ante el desconcierto que supone la sorpresa de lo venidero.

Este es el valor de la indeterminación. De lo que no está escrito. Como nuestro menú, que casi no dice nada. La sorpresa en nuestro menú es una oportunidad. Es la seguridad de no saber de antemano qué pasará. ¡Cuánto me alegra no saber de qué están hechas las croquetas! Es una alegría descubrir el mundo según se hace el camino. Pero también es un riesgo. Lo que no está determinado de antemano es un riesgo. El no saber sobre el ave de la crema o de la carne del pastel, es garantía de aventura. Y ¿qué aventura hay que más propiamente lo sea que ésta en la que estamos metidos? Nuestra vida como nuestra cena está indeterminada. Hay que probarla para disfrutarla, sin saber de antemano lo que te depara. Pues si ya sabemos, no podremos experimentar la aventura de descubrirla. 
©Óscar Fernández

martes, 15 de enero de 2013

La Vida

El próximo Encuentro Filosófico-Gastronómico tiene como tema central La Vida. Nos aproximaremos a él de la mano de Nietzsche; y nuestro Vicepresidente nos ha regalado con una aportación en formato audiovisual, que, además de en esta entrada, quedará registrada en la sección de Cine y Filosofía de La Despensa.