sábado, 8 de junio de 2024

NI DOLOR NI LLANTO NI TEMORES

Con el pasar del tiempo y el correr de los años se nos va diluyendo esa creencia adolescente en el poder de la razón. Las cuestiones que verdaderamente importan parecen no encontrar solución. El conocimiento teórico, las reglas de la lógica, no son capaces de desentrañar las preguntas que cada día se hacen más acuciantes. Tenemos la tentación de creer que es un signo de los tiempos y no es así. En todas las épocas se ha vivido al borde del abismo con una percepción confusa de la realidad. La incertidumbre y la perplejidad son las características propias de la razón cuando tratamos con la esencia de lo real, qué es lo que nos rodea o, más importante, qué somos nosotros. En todas las épocas enfrentada la razón con su propia insolvencia ha gastado sus esfuerzos en producir quiméricas alternativas que liberen al individuo y a la sociedad de sus responsabilidades. Fiel cómplice de la huida de nosotros mismos. Bálsamo para el llanto de los niños caprichosos que somos, llenos de temor a vivir de verdad, incapaces de soportar el dolor.

Por no saber, hoy en día, ya no sabemos ni qué cocinamos y, lo que es peor, qué comemos. Hace mucho que se producen alimentos sintéticos, o se transforman unos para que parezcan otros, añadiéndoles olores, sabores y texturas producidas artificialmente. Son los alimentos de origen animal los que han sufrido este derroche tecnológico más intensamente; no vaya a ser que el comensal poco avisado descubra que ha sido necesario sacrificar, quién sabe si actualmente debemos decir asesinar, una vida para que él pudiera disfrutar de su ración de proteínas. La última novedad ha sido la aportación de las impresoras en tres dimensiones para que ese “totum revolutum” de sintéticos aparezcan en el plato como una soberbia pieza de lomo de vacuno. Como guiño a los más diletantes cinéfilos modernos, me recuerda la imagen de Cifra comiendo el bistec en “Matrix”, mientras firma la traición a sus compañeros. Mejor vivir huidos en las pantallas que en la tozuda y lamentable realidad.

Véase, por ejemplo, este aperitivo, discurso del que ustedes no pueden saber su autenticidad, su realidad. En este largo periodo intermedio desde febrero, bien habría sido posible entrenar a una inteligencia artificial con los cincuenta y dos aperitivos precedentes para que, sin ningún esfuerzo por mi parte, hile una idea con otra hasta construir este pobre discurso. Si me apuran no vemos cuál es la manera de poder discernir de entre el conjunto de sensaciones constituidas en fenómeno de un producto semejante de la razón, o de la imaginación, puesto, por mor del avance tecnológico, ante nuestros ojos. Quizá yo mismo, mientras pronuncio este aperitivo, no soy más que una ilusión holográfica y no estoy seguro de que sirva pellizcarme o que me pellizquen para refutarlo.

Pueden pensar que es muy fácil rebatir este discurso con el argumento clásico contra el escepticismo. Pero atiendan a la cuestión. No es cosa de escepticismo. Pongamos el tema que nos trae hoy aquí. Después de repasar lo que la filosofía, es decir la razón en su actividad más excelsamente especulativa, ha expuesto tras elevarse al concepto puro de ser, a la realidad en sentido absoluto, es decir al tratar de Dios, la divinidad o lo divino, ¿de verdad creen que nos hemos acercado ni remotamente a lo que Dios sea? Nos parece que es imposible. El concepto racional de Dios no puede ser ni de lejos una aproximada analogía de Dios mismo. Pero no es culpa del objeto, como alguno puede estar tentado de pensar. No por ser Dios. Todo objeto pretendidamente obtenido desde lo real por la razón especulativa es incognoscible fuera de ella, tal cual es en la realidad. Por supuesto el producto tecnológico que se sigue de la aplicación de la investigación científica básica no puede tampoco reproducir la realidad tal cual es. La triste imitación del filete sintético no puede ni acercarse a la realidad que procede de la vaca sacrificada. Ni mi holograma soy yo ni el discurso de la inteligencia artificial tiene mi arte, por parco que éste sea.

¿Cuál será entonces el modo de conocer que supere la indigencia de la razón? ¿Cuál el lenguaje que nos acerque a la auténtica realidad? No creemos que se haya alcanzado mejor acercamiento que el que nos dieron los místicos de la poesía castellana en el Siglo de Oro. Sirva esta humilde imitación para llamar a la esperanza:

Amor que sin llanto alguno abrasa.
Viento de paz que la tormenta aquieta.
Brillo que al oscuro temor sujeta.
Promesa de Bien que a mi lado pasa.
Esta luz que sin medida ni tasa
ilumina mi vida y sus dolores
vino de tu mano en los albores
y me acerca a la morada postrera
donde todo se resuelva de manera
que ni dolor ni llanto ni temores.

©Óscar Fernández

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