sábado, 28 de junio de 2025

PERMANEZCAMOS ALEGRES EN LA LLAMA DE LA SABIDURÍA

Quiera el cielo concederme
más gracia oportuna y justa
para encontrar la vetusta
palabra con que entenderte.
Vieja amiga quiero verte
desvelada de apariencia
desnuda de tu querencia.
Los errores que no indulta
verdad pérfida resulta,
cansina tu resistencia.

¡Oh, verdad! ¿No valen ciencias?
¿No te sirven las razones
ni tampoco las pasiones
para fundar mis creencias?
¿Dónde están tus evidencias,
ora esquiva o lisonjera?
Tendré la mano certera
para alcanzar el saber
con el seguro poder
de unos versos de bandera.

Quiere el poeta, escarmentado, prescindir del logo racional, del pensamiento metódico y refugiarse en la poesía. Y no le falta razón, visto el escaso resultado que en las cuestiones, una y mil veces repetidas, todos los hombres de todas las generaciones se han planteado. ¿Qué puede aportar la poesía? ¿Qué puede decirse de esta dualidad que el tema de hoy presenta?

De algún modo nosotros, avezados escudriñadores de las verdades más ocultas, nosotros, que hemos sabido salvar y acoger el mundo de las apariencias para buscar la verdadera esencia, allí donde parece que más lejos se encuentra. Nosotros, que hemos convertido la imprescindible costumbre de alimentarnos en un arte y de este arte construido una ciencia. Nosotros, ¿vamos a discutir al poeta su locura más excelsa, vamos a abjurar de nuestras convicciones? Pues si desde el buen yantar, desde el placer gastronómico, plenamente consciente, creemos en poder elevarnos, en una ascesis suprema, hasta las más profundas inquietudes del alma humana, ¿cómo no vamos a creer igualmente, con plena certeza, en el poder de la palabra poética, de la imagen lírica, para desentrañar tales cuestiones? Y en todo caso, ¿qué se puede perder? ¿Más bien, no ganaremos, como mínimo, el hallazgo de la belleza formal como, en nuestro inmediato banquete, el bien que alimenta cuerpo y espíritu?

Hay una esclarecedora metáfora en este nuevo Encuentro. La misma que, repetidamente, nos empeñamos en disfrutar. Como ocurre en la vida misma, puede dar impresión o apariencia de vulgar reiteración, tedio que se repite sin que parezca que aprendamos algo, animales de costumbres y hábitos, sin que se resuelva lo que realmente importa. Así estamos ante el mismo menú, aquí en la misma mesa, quizá los mismos de casi siempre y no por ello abandonamos. Insistimos, no por un oscuro deseo tanático ni una dejadez indolente en el hábito, sino por la íntima convicción de que, con cada encuentro entre amigos, con cada nuevo día y sus afanes, avanzamos en el camino de la verdad.

Por tanto, aunque parezca que ya lo hemos dicho todo, pensado todo, degustado todo y lo mismo, repitamos nuestro lema “sapientiae flamma gaudentes maneamus”, permanezcamos alegres en la llama de la sabiduría y, ya sea con el más estricto y lógico discurso racional o con el requiebro emocional más poético posible, emprendamos una vez más el esfuerzo de avanzar en el angosto y peligroso camino de la sabiduría.

©Óscar Fernández